viernes 26 de abril de 2024
8.9ºc Comodoro Rivadavia

“Siempre es el momento adecuado para hacer lo correcto”

lunes 06 de junio de 2022
“Siempre es el momento adecuado para hacer lo correcto”

Cada vez, con más frecuencia, parecería que se trata de explicar la incongruencia de lo que vivimos socialmente, a través de las estadísticas, donde en tantísimos casos se pretende respaldar lo que no se puede justificar, detrás de números que no aclaran, ni aportan, ni significan nada para la resolución de la hecatombe social.

En una sociedad donde tanto se habla de números, cifras y cantidades, sería bueno saber: ¿Cuánto pesa el desaliento generalizado, y cuánto mide la desesperanza en aumento? ¿Cuántos infames se necesitan para llenar la bolsa del hartazgo comunitario? ¿Cuántos corruptos fueron necesarios para hundir la embarcación social...?

Tantas preguntas cuyas respuestas, tal vez, no aportarían solución a la sumatoria de calamidades que nos atenazan, a diario, pero servirían para aclarar el panorama colapsado de impunes de todo tipo e inmunes de toda ralea.

Es que “el cuento” de la realidad queda totalmente desestimado ante el “peso” de la misma. Un peso tan catastrófico para la propia matriz social, que genera un tejido comunitario carcomido por una trama de costumbres tan nefastas como imparables.

Un conocido refrán nos recuerda que: “Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza, pues se hace naturaleza del vicio con que ha crecido”.

El bosque social se presenta peligrosamente amenazante, como evidente presagio de un constante devenir cargado de miserables connotaciones.

Así es que “cuando el valor de la existencia es menor que el precio de un aviso publicitario”, al decir de Ernesto Sábato, uno no puede menos que preguntarse: ¿Qué es lo que engrandece a un hombre dándole su condición de humano, de digno, de probo?

Si logramos acordar en eso, será fácil saber qué lo transforma en todo lo contrario a esa condición, que será –sin duda- la pérdida o no adquisición de aquello que lo elevaría al rango de íntegro.

Habría que establecer, entonces, cuáles son las causas de esa pérdida o no adquisición. Y, finalmente habría que cuestionarse sobre cuál es el motivo que potencia el demérito social como “el broche de oro” que avala las falsas certezas enraizadas en el ánimo colectivo que nos lleva a hacer de la condición humana una construcción cada vez más miserable y empobrecida en todas sus esferas, conduciéndonos a esa orfandad existencial que tiñe todo de desesperanza. Como si una fuerza centrípeta inevitable nos succionara hacia las profundidades del desatino, hacia esa desazón inexorable a la que parecemos condenados como sociedad.

La insistente tarea cotidiana de desarticulación social sostenida, imparable, inacabable, va construyendo seres paradójicamente escindidos de sí mismos y de su esencia.

Seres que piensan con el bolsillo, que sienten con el estómago, que ejercitan tenazmente el músculo de la ambición desmedida y cuya meta, a corto plazo, es alcanzar la tabla del “sálvese quien pueda” en el oleaje social, debatiéndose bajo una desprotección vital donde arrecian “los fuegos fatuos que llevan al caminante a perecer” de los que hablaba el poeta.

Pero tenemos que entender que, si la insensatez y la barbarie conforman el destino común, no habrá salvatajes individuales.

Nuevamente, “La parábola de los puercoespines” de Schopenhauer, nos debería servir como simbolismo de nuestra realidad. Dice que los puercoespines, para protegerse del frío, se acercan buscando calor entre ellos, pero se dañan clavándose sus espinas. Entonces buscan la distancia ideal para obtener calor del otro sin dañarse con sus espinas.

Los animales lo entienden. Nosotros no.

Te puede interesar
Últimas noticias