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Los chilenos en Comodoro Rivadavia

domingo 05 de junio de 2022
Los chilenos en Comodoro Rivadavia
Reunión familiar de bienvenida a inmigrantes chilenos
Reunión familiar de bienvenida a inmigrantes chilenos

Don Lalo Bahamonde vive en Barrio Pietrobelli desde mediados de la década del 40, y es testigo de la explosión demográfica de las décadas del ‘50 y ‘60. El barrio donde vive, se conoce como Chile Chico hasta mediados de la década del 50. No es casual, la mayoría de sus pobladores llegan de Chile, “de la Isla de Chiloé, de Llanquihue, Cautín, Osorno, Valdivia, y más del norte; la fama de Comodoro se expandió como una estampida, y vinieron chilenos de todas partes” (1).

La comunidad de origen extranjero más numerosa en Comodoro Rivadavia es de origen chileno. Al 2000 se calcula que residen unos 40.000 entre nativos y descendientes; habitan esta ciudad desde los primeros años de su formación. Cuentan con un servicio de Consulado que en gran parte de la historia les dio la espalda más que la mano.

Es gente sencilla, la mayoría de escasos recursos económicos, que encuentra en esta ciudad -igual que los inmigrantes europeos- posibilidades de desarrollo personal y familiar. Solidarios por necesidad, forman redes de ayuda mutua entre familiares y amigos. Unos convocan a otros, muchos llegan sin tener contactos previos. Vienen porque aquí se vive mejor, aunque ocupen los lugares más bajos en el campo laboral. Trabajan como peones en la producción petrolera.

A partir de 1930, cuando se restringe el ingreso de inmigrantes europeos y aumenta la incorporación de argentinos del norte del país en Y.P.F. la migración chilena crecerá mucho más todavía.

Durante los primeros 20 años de Comodoro Rivadavia, no existen prejuicios sociales que les impidan vincularse con inmigrantes europeos, aunque después “la comunidad chilena, que permanentemente recibe nuevos migrantes va creando sus propios espacios de socialización, en el pueblo y en las company towns, y cuando los amplia lo hace preferentemente con argentinos, muchos de ellos nativos, con quienes comparten la pertenencia de clase y afinidades culturales” (2).

Las primeras asociaciones

En 1936 un grupo forma la Sociedad Chilena de Socorros Mutuos; su presidente es Orozimbo Saldivia, y presta servicio médico a los socios con el doctor Fidel Grillo.


El 23 marzo de 1937 organiza un baile en el Cine Rex “a total beneficio del conjunto artístico Hermanos Salinas”; en 1943, la sociedad está presidida por Enrique Gallardo y el prosecretario es Juan de la Cruz Hraste.

El mismo año otro grupo forma el Centro Familiar Chileno, cuyo presidente es Juan Leiva y Pedro Domancié es el secretario; en 1941 su presidente es Enrique Schoon.

Con la instauración de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia, aumenta la afluencia de chilenos que llegan a trabajar en la construcción de las monumentales obras de la época.

En julio de 1948, una nueva entidad, la Colectividad Chilena Bernardo O’Higgins, presidida por Enrique Prichard Araus, organiza un baile cuyos fondos son para la construcción de la sede social. Esta entidad declara entre sus objetivos la creación de biblioteca y el fomento del deporte. En setiembre realiza otro baile con la autorización de la gobernación militar (3).

Estas asociaciones conviven y realizan actividades hasta 1950 aproximadamente.

 

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Gente sencilla que viene por trabajo y mejor calidad de vida. Foto: Familia Cárdenas

“Chile chico” y el derecho a ocupar

Don Eduardo ‘Lalo’ Bahamonde es uno de los primeros vecinos del barrio ‘Chile chico’ –barrio Oeste-, se ubica en la parte alta “porque pensaba que después iba a construir en otro lugar”. Llega ahí porque “me corrieron del centro con los alquileres”; solicita permiso en Tierras y Colonias de la Nación que tenía una oficina en el pueblo, “con un pago mensual de $50 al año para tener el rancho acá, era un derecho de ocupante”.

Otros vecinos llegan y se establecen sin permiso, “había casitas por cuadra, otras estaban agrupadas porque eran de parientes, aquí los ranchos se hicieron por ayuda mutua, y se hacía una cadena, los domingos y feriados se veía puro trabajo, pero al principio eran todos ranchos de chapa ondalit, era lo más barato y lo más rápido” (4).

La ocupación es “temporaria, y salvo la vista de la ciudad, tuvimos serias dificultades, el viento, el agua, y el resto de los servicios, por aquí nunca pasó una máquina, la calle del frente de mi casa (5) la abrimos entre cuatro vecinos, a puro pico y pala; lo hacíamos de noche... una vez vino el sargento Jerez, que estaba de guardia, a ver qué hacíamos, ‘una casa’ le dijimos, y nos contestó con pena que nos tenía que llevar presos, ahí le dijimos que estábamos abriendo caminos, para que venga algún camión con leña”.

El General Lagos, Gobernador Militar, preside el acto que se realiza en la manzana destinada para plaza. Es el bautismo del barrio que recibe el nombre de Francisco Pietrobelli; “Lagos dice que aquí vamos a hacer un Chile Grande, se refería a la importancia que se le iba a dar al barrio, eso fue en el año 54 o 55” (6).

Pero “no estaba permitido que hiciéramos casas de material, un poco por las características del terreno, otro porque decían que podíamos adueñarnos de la Patagonia, era el miedo de la geopolítica de los militares y algunos civiles que metieron cizaña, y que no entendieron que si uno viene acá es porque está bien acá, y deja que los hijos y los nietos sean de esta tierra, qué duda pueden tener” (7).

Los malos de la película

El barrio Pietrobelli “ha tomado mal nombre, una porque los chilenos nos agrupamos de este lado, pero no todos somos delincuentes, uno que otro había, no lo vamos a negar, y ellos le hicieron de mala fama al barrio y a los chilenos”.

Ya sea por la educación recibida como por el amor que se expresa lejos de la ‘tierra de uno’, el barrio se viste de fiesta para celebrar el Día de la Independencia de Chile, “el 16 empezaban los preparativos y la fiesta terminaba el 20, en todos lados sonaba música, había algunas peleas, tampoco lo vamos a negar. La policía, en aquella época andaba a caballo, con rebenque y lazo, y cuando encontraba un borracho lo enlazaba y lo llevaba a la rastra hasta la comisaría, todas las cosas malas que pasaban en el barrio, decían que era por los chilenos”.

“Éramos los malos de la película, fue el primer barrio marginal de Comodoro, si ocurría algo malo ¿dónde era?, en el Pietrobelli; aquí estaban los bares, los boliches, si ocurría un hecho de sangre era acá, pero esa época ya pasó” (8).

 

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El ‘barrio’ de La Paloma

En 1950 los chilenos ya no tienen lugar en el barrio Pietrobelli; avanzan con sus humildes casas de chapas por la ladera oeste del Chenque, es gente pobre, muy pobre, vienen por trabajo, algunos huyen de los terremotos en Chile, llegan ‘con lo puesto’ y no le temen al trabajo, son peones, albañiles, carpinteros.

Vencen la inclinación del terreno, viven sin los servicios de agua, luz y cloacas, desafían al viento, multiplican la solidaridad, comparten el pan y el trabajo para levantar una casita.

Fermina y Domingo Robledo llegan de Catamarca en 1952, “él era viudo y con dos nenas, había estado en Comodoro Rivadavia, nos casamos y nos vinimos”; para establecerse solicitan un terreno, “en la Rivadavia, al 2400 dijeron a cálculo, en ese tiempo la calle se cortaba en el alambrado de la Sociedad Rural, teníamos que dar una gran vuelta para llegar a casa; hicimos una piecita de chapa ondalit, pusimos una estantería y empezamos a vender, de noche tirábamos el colchón en el piso... estuvimos así dos años hasta que pudimos construir y comprar muebles... éramos los únicos argentinos en el lugar” (9).

Sin pausa “fueron levantando otras casitas, todos chilenos, de la noche a la mañana aparecía un armazón y así se fue haciendo el barrio; no teníamos colectivo ni luz, durante años estuvimos acarreando agua desde el tanque del barrio 13 de diciembre; después los vecinos pusieron la mano de obra para red”, todos trabajan y el almacén de Robledo, “La Paloma”, es el centro social.

Los Robledo también saben de necesidades y distancias... “lo que era importante para ellos, era importante para nosotros, y empezamos a festejar el 18 de Setiembre como el 25 de Mayo, papá viajaba a Chile y traía música para escuchar en el bar –El Pichón- y condimentos para las comidas típicas, ahora yo traigo videos y mercadería, como siempre” (10).

Con tanta vida comunitaria el 18 de marzo de 1956 se reúnen para formar la Asociación Vecinal del Barrio La Rural. Domingo Robledo, es el presidente; a la semana siguiente hacen la lista de necesidades: red de gas, apertura de calles, alumbrado público, recolector de basura, mensura de terrenos, nombre y número de las calles, tanque de agua, estafeta postal y teléfono público. Todo lo consiguen con esfuerzo. A los chicos del barrio “nos tenían de un lado para otro, un año aquí, otro allá, una vez fue en la Rural, no había calefacción y los agujeros como ventanas, otra vez en la Escuela Hogar, que le decían al Liceo” (11).

La Paloma es más que un almacén, “aquí funcionó la Estafeta Nº 15, el correo dejaba las cartas y los vecinos venían a buscarlas”, los domingos sale Robledo en su furgón a repartirlas y cuando hace falta traslada un vecino al hospital; el boliche también es iglesia cuando llega el cura para la misa de los domingos, un tablón sobre dos tachos es el altar, también llegan las señoras de la Acción Católica con ropas y alimentos para repartir, “nos decían que con esta gente nos podía pasar cualquier cosa, pero estaban equivocados, jamás tuvimos problemas con los chilenos, porque son gente muy buena” (12).

 

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La “giobbi” (13) y el camino a un nuevo hogar

Adelinda Curumilla, llega con su esposo y 8 hijos en agosto de 1961, huyen del terremoto que devastó Maollín, “murió mucha gente, nos vinimos con lo puesto y mantas para cubrirnos del frío, el menor tenía tres años, y aquí estaba un hijo mayor”. En Coyhaique “sacamos los pasajes en “la gobbi, demoró tres días por la nieve, algunos pasajeros se bajaban para despejar la huella y dos caminaban adelante del colectivo para indicar el camino”.

Llegan a la madruga, nadie los espera, “nos mandaron a La Paloma y era como si nada porque nada conocíamos, un amigo nos reconoció y nos buscó un hotel para las mujeres, los hombres quedaron al campo, al otro día localizamos al hijo, con unos pesos compramos chapas ondalit para hacer una pieza”.

Sus hijas adolescentes “se ocuparon cama adentro para que los varones estuvieran más cómodos en la casita, al día siguiente ya tenían trabajo, acá los chicos supieron lo que es ponerse zapatos y vestido nuevo, y todos terminaron la escuela, sufrimos como todos los emigrantes que salen de su tierra con lo puesto, en Comodoro estuvimos siempre mejor que en Maollín. No conocemos exquisiteces, pero todos los días hay que comer” (14).

La familia vive durante seis años en una piecita de chapas ondalit. Adelinda está orgullosa de su familia, en Comodoro Rivadavia nacieron sus 42 nietos y 55 bisnietos, para el 2000 ya cuenta con algunos tataranietos.

Los colectivos de la empresa Giobbi, el transporte de los chilenos que vienen y van. Foto: Marcelino Alvarado

La discriminación

Algunos llegan con oficio y estudios, además de percibir la discriminación, deciden combatirla “siempre estuve en contra de la tiranía y los distintos tipos de discriminación y acá, a veces, no entiendo porque quien más que menos está enredado con un chileno o chilena, pasamos las mismas angustias y tenemos los mismos problemas” (15).

Aristeo Alvarado, llega después de estar unos años en Buenos Aires, ya conoce la discriminación y piensa que las cosas pueden cambiar. En 1960 decide formar la Asociación Chilena de Acción Social, “estaba muy preocupado por la estima que tenían los chilenos dentro de la comunidad, teníamos mucho desprestigio; había mucha delincuencia y de todo se culpaba a los chilenos, y en parte había razones para ello, pero no todos éramos así”.

Una Asociación para cambiar la imagen

Aristeo piensa y actúa, está decidido a cambiar la imagen del chileno en la ciudad, y preside la primera asociación chilena con personería jurídica.

Para empezar solicita a la Municipalidad modificar el mecanismo para los permisos de las “ramadas del 18” que se realizan en la Sociedad Rural, “llamaban a licitación y sin averiguar antecedentes las otorgaban a uno y otro, logré que la Asociación sea la encargara de los festejos y así se terminaron los problemas que generalmente ocurrían después de la fiesta”.

A las celebraciones asiste el doctor Gallina, gobernador de la Provincia, y el intendente Municipal, Antonio Morán. Las empresas y comercios de la ciudad dan asueto a los trabajadores chilenos.

Aristeo quiere infundir en sus compatriotas el sentido de progreso, de la honestidad y la participación cívica, sueña con una organización y un edificio como el de los catamarqueños, “ellos nos ayudaron con el proyecto y nos dieron ánimo”; gestiona la compra de un terreno en el barrio Ceferino, donde se construye una sala de primeros auxilios, también se instala una academia de dactilografía, “teníamos nuestras propias máquinas de escribir y anualmente se entregaban los certificados en un acto al que también asistían autoridades de la ciudad”, recordará con nostalgia 30 años después, “se fue perdiendo todo, no quedó el terreno ni la sala de primeros auxilios, ni las máquinas de escribir. Se perdió por la falta de unión y compromiso”.

 

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La persecución y las deportaciones

A la creciente discriminación se suman los acontecimientos políticos. Un momento difícil para muchos chilenos residentes en Comodoro Rivadavia ocurre en 1973 cuando Pinochet asume el gobierno tras un violento golpe de estado. Es tiempo de exilio para los chilenos. Algunos optan por Comodoro Rivadavia, huyen para sobrevivir. Aquí se sienten seguros hasta 1976, cuando se produce el golpe militar en Argentina. Huir del exilio fue la nueva consigna, los servicios de inteligencia chilenos actúan con libertad, y los comprometidos con la causa de Allende deben esconderse, otros se pierden en el camuflaje que ofrece esta ciudad multiétnica.

Pero no tendrán paz. En 1978 el conflicto de límites por el Canal de Beagle desata una nueva ola de discriminación, persecución y deportaciones, “se mantenía vigilancia y algunos vecinos fueron deportados, no les importaba que aquí quedaban la mujer y los hijos; se tenía sospecha, no sé qué podíamos hacer, aún de los que vivíamos desde hace muchos años” (16).

Desde Buenos Aires llega una comisión especial de la Policía Federal, “aquí en el barrio Pietrobelli hicieron operativos casa por casa, entraban, revisaban todo, buscaban armas y chilenos indocumentados... los que no tenían, derechito a la policía, después se los llevaron directamente a la frontera... allá en Coyhaique el gobierno los ubicó en un barrio que todos le decían el barrio de ‘los despatriados’, hubo gente que denunció a los que no tenían documentos, otros ayudaban” (17).

Muchos vecinos de la ciudad, solidarios, prestan apoyo a los chilenos, los esconden en sus casas, los abrigan y les dan de comer, “nosotros pensábamos... ¡qué lío!, mi marido, yo y los tres hijos mayores habíamos venido de Chile, y el menor de los chicos había nacido aquí, él se podía quedar, la madrina nos dijo que... bueno, si los corren, el chico se puede quedar conmigo” (18).

El conflicto es breve y pasa. Pero gran parte de la ciudad queda enferma de xenofobia, “haga patria, mate un chileno” se leía en varios muros de la ciudad, por suerte, en el 2000 el viento y nuevas construcciones borraron el graffiti.

Aristeo Alvarado impulsa una asociación que estimula la autovaloración de los chilenos residentes en la ciudad. Foto: Marcelino Alvarado

La solidaridad latinoamericana

El 2 de abril de 1982 el país se despierta conmovido por la noticia: tropas militares argentinas ocupan las Islas Malvinas. Los sentimientos son diversos, aunque predomina el sentido de pertenencia sobre ese territorio. Mario Almonacid y Manuel Bórquez tienen 18 años y están cumpliendo con el servicio el militar, ambos integran el grupo que llega a la Isla Georgia, son hijos y nietos de chilenos. Manuel es herido y Mario muere en nombre de la Patria.

En Comodoro Rivadavia los primeros en movilizarse en adhesión a la recuperación de las islas son los chilenos. Se reúnen en la asociación vecinal del barrio Pietrobelli, allí hacen unos carteles y bajan al centro de la ciudad. El mismo día organizan una institución que tiene como fin juntar ropa y medicamentos para los soldados, también para juntar dinero y aportar al Fondo Patriótico.

Un artista chileno junta manos para pintar un gran mural callejero. La solidaridad y hermandad entre los dos pueblos es tema y motivo para expresar el amor a esta tierra.

También organizan importantes festivales artísticos para hacer aportes al Hospital Regional donde reciben atención más allá de las discriminaciones. Aquí tienen un servicio médico que Chile al sur, no les ofrece.

 

Extraído del libro "Crónicas del Centenario" editado por Diario Crónica en febrero de 2001.

Referencias:

(1) Eduardo Bahamonde. Crónica 10 de junio de 2000.

(2) Susana Torres. Pautas matrimoniales de los chilenos.

(3) Expedientes: 706/36 –200/37 - 1716/48. Archivo Histórico Municipal.

(4) Eduardo Bahamonde.

(5) Calle Saavedra, entre Chaco a Formosa

(6) ídem.

(7) ídem.

(8) Rolf Gustavo Weilbier. Crónica 10 de junio de 2000.

(9) Fermina de Robledo. Crónica 23 de febrero de 1996.

(10) Pocha Robledo. Crónica 23 de febrero de 1996.

(11) ídem.

(12) ídem.

(13) Empresa de Transporte de Pasajeros de ángel Giobbi.

(14) Adelinda Currumilla. Crónica el 12 de setiembre de 1994.

(15) Aristeo Alvarado. Crónica 18 de setiembre de 1996.

(16) Eduardo Bahamonde.

(17) Margot Rodríguez. Entrevista realizada por Crónica en diciembre de 2000.

(18) Otilia de Vilches. Entrevista realizada por Crónica en mayo de 2000.

 

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