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Sin remitente

martes 01 de marzo de 2022
Sin remitente

Estimados: como corresponde a un consultorio sentimental que se precie, por aquí aún no se acallan los apasionados ecos del reciente 14 de febrero y el dilema que nos ocupa esta semana nuevamente está relacionado con algo que sucedió el pasado día de los enamorados. Quien me escribe esta vez es nuestra nueva amiga Claudia para contarme que, si bien este año ella no esperaba recibir obsequio alguno para esa fecha, un envío de la florería la despertó muy temprano. Su sorpresa fue proporcional al tamaño del ramo de rosas que casi no podía sostener entre sus brazos. Preparadas con el esmero habitual de estos casos, contó 40 rosas rojas y una blanca. Lo más curioso: venían sin tarjeta, ni dato alguno del remitente. Como estaba medio dormida, no alcanzó a preguntarle al encargado de la entrega si se habría perdido la tarjeta. Más tarde, presa de la curiosidad, llamó a la florería por teléfono, pero nadie supo informarle. Desde ese día espera que aparezca quién le envió las flores o una explicación, pero el silencio ha comenzado a inquietarla. Se pregunta, y me pregunta, cómo puede hacer para develar el misterio.


Querida Claudia, ¿está segura de que no tiene una mínima idea de donde proviene el ramo? ¿No le dice nada la cantidad de flores? ¿Y el hecho de que una sola sea blanca? Piense, piense, y no me retacee información, si tiene alguna pista más no dude en volver a escribirme, que yo ya estoy tan intrigada como usted. Mientras tanto, le voy a contar una historia que casualmente leí hace poco tiempo. A raíz de su consulta me vino a la memoria una de las anécdotas que recopila la escritora Rosa Montero en su libro Dictadoras, donde retrata a algunas de las mujeres que estuvieron vinculadas a los mayores tiranos del Siglo XX.

Aprovecho, como siempre, para recomendar esta lectura. En el capítulo que dedica a las relaciones femeninas en la vida de Adolf Hitler, hay un apartado que la autora titula como Cartas de amor anónimas. En el mismo relata un episodio de la juventud del dictador, cuando ni él mismo sospechaba el enorme poder que llegaría a concentrar. Él tenía diecisiete años cuando conoció a una joven llamada Stefanie Rabatsch y se enamoró de ella, aunque nunca se acercó para confesarle sus sentimientos. Como le sobraba el tiempo, puesto que no estudiaba ni trabajaba, se dedicó a escribirle a la joven una serie de poemas que jamás le hizo llegar. Parece que los poemas no eran la gran cosa: cuesta imaginárselo a Hitler, por muy joven y enamorado que estuviera, con la sensibilidad para escribir poesía que valiera la pena. Lo cierto es que también le escribió una carta dónde le pedía matrimonio y esta vez sí se la envió. El detalle es que la carta era absolutamente anónima.

Como podemos imaginar, Stefanie no respondió, ni aceptando ni denegando la propuesta matrimonial, ya que ella nunca tuvo la menor idea de quién le había escrito. Por aquellos años, Adolf tenía un amigo muy cercano de nombre August Kubizek, a quien le contó acerca de la carta. August quiso hacerle ver lo obvio, que tenía que darse a conocer ante la joven si pretendía una contestación. Hitler le respondió que el hecho de haberse enamorado de Stefanie era prueba suficiente de que ella poseía una mente superior similar a la suya y que, en tal caso, podían comunicarse por telepatía. Por esa razón, no había considerado la necesidad de firmar la carta, estaba seguro de que ella sabría quién era él.

En fin, estimada Claudia, espero que le haya interesado el relato. Y no me lo vaya a malinterpretar: no le quiero decir que su enamorado secreto sea un excéntrico, ni mucho menos un líder totalitario. Lo que sí le digo, y sé que no estoy siendo original, es que convendría que el susodicho se dejara de misterios y se adjudicara el regalo. Si tiene novedades, ojalá así sea, no deje de contarme, ya sabe cuánto me involucro en las consultas.

Me despido, afectuosamente, hasta la próxima.

Agalina

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