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Una mirada interna

“Cuando nos reintegran lo que nos quitaron, ya no es lo que nos quitaron. Por las cosas o por nosotros”

domingo 06 de febrero de 2022
“Cuando nos reintegran lo que nos quitaron, ya no es lo que nos quitaron. Por las cosas o por nosotros”

La frese del título corresponde a José Narosky

 

El devenir de los acontecimientos cotidianos provee a raudales los elementos necesarios para emitir un diagnóstico certero sobre nuestra sociedad: ausencia crónica de humanización, incrementándose, a diario, los signos y síntomas que dan precisión a esa aseveración.
Así es como nos acostumbramos a recorrer caminos inexistentes con los pasos engañosos de la impotencia colectiva…
A ser notas discordantes en el concierto de las desdichas que ejecutamos a diario…A despedir, con el pañuelo de las frustraciones, la partida de las ilusiones perdidas, de los proyectos derrumbados, de los sueños arrasados por la topadora de la insensatez cotidiana…
Lo que se vive a diario colapsa la razón y demuele el espíritu, sosteniendo la impronta de que la vida es lo que menos vale en el listado de prioridades sociales. Su valor oscila de poquito a nada.
¡Así es como cualquiera se arroga el poder de arrebatársela a un semejante! Y, para que no quede duda alguna, son televisadas y transmitidas a diario, a quien quiera ver, y con repeticiones incluidas, imágenes de barbarie y desenfreno de una sociedad que ha trabajado sin descanso para hacer aflorar lo peor de sus integrantes en su geografía diaria, y plasmarlo en una realidad que duele, denigra y avergüenza.
A cada paso surge el peligro, siendo el miedo el maestro de ceremonia que obliga a crear defensas donde la constante se transforma en desconfiar del otro, temer su proximidad, recelar de sus haceres y decires…
¡La jauría humana acechando el panorama diario!... cayendo sobre los desprevenidos, tanto, como sobre los que tomaron precauciones, aunque no hayan sido suficientes… La jauría humana, sin frenos ni contención, se nutre en sí misma, se fortalece en el caldo de cultivo de la impunidad con que actúa, se zambulle en sus propias miserias para contaminar todo lo que toca… Conectada al cordón nutricio de la corrupción, avanza imparable, victoriosa…
Así es como la desesperanza arrastra su desaliento como un grito visceral incontenible. Por más que se busque “barajar” una y otra vez los hechos cotidianos no hay forma de pasarle “ases” a la esperanza, en medio de tanta locura generalizada.
Uno de los síntomas evidentes que nos caracteriza como sociedad y parece haberse transformado en el alma mater, el alma nutricia de nuestra identidad, es la anomia, esa ausencia de normas que desequilibra nuestro día a día entorpeciendo los vínculos, generando confrontaciones permanentes en todo momento y lugar, impidiendo la armonía y bienestar comunitario.
“Los hechos no dejan de existir por el simple hecho de ignorarlos”, decía Aldous Huxley.
Pero ¿qué es lo que nos está pasando para que los hechos que nos hacen tanto daño, como sociedad, no dejen de existir? Su permanencia y continuidad nos sacuden a diario, se van robusteciendo, renovando su vigencia y terminamos acostumbrándonos a todo…
¡Cuánto dolor acumulado en el panorama comunitario que, como una neblina espesa, nos atraviesa obligándonos a avanzar a tientas!
¡Cuánto peso que arrastra nuestra sociedad sobre su estructura, cada vez más desvencijada!
¡Cuánta insensatez diseña el armado de cada día y con qué endeble materia prima constituye su entramado!
Ikeda Daisaku da su respuesta: “Si el enemigo definitivo es la deshumanización, la solución definitiva debe ser la restauración y revitalización de la humanidad. La fuente para ello debe ser una filosofía del humanismo.”

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