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En la frontera

jueves 25 de noviembre de 2021
En la frontera

Estimados: aquí estoy, una semana más, con ustedes. No sé si recordarán que hace un par de domingos, contesté la consulta de Inocencia, nuestra amiga que tenía temor de confesar su verdadera edad. A propósito de su dilema, les conté algunos sucesos de la vida de Fanny Haslam de Borges y sus “distracciones” a la hora de declarar el número de sus años. En aquella columna, me comprometí a continuar brindándoles algunos pormenores acerca de la vida de Fanny, la abuela de Jorge Luis Borges, en una siguiente entrega. Como les había revelado, la dama inglesa se restó años en varias oportunidades: en un censo, y en su propia boda. Pero me faltó contarles que hay pruebas de una vez más en la que Fanny mintió acerca de su edad: cuando su hijo menor, Jorge Guillermo, se casó. Ella fue testigo del casamiento y manifestó tener cincuenta años, cuando en realidad sumaba cincuenta y cinco.

Si usted me pregunta, Inocencia, le diría que no se trata de hechos tan condenables. ¿No le parece? Sobre todo, porque esos pequeños deslices, bastante comunes en su época, no impidieron en absoluto que fuera una abuela presente y que tuviera una acentuada influencia en la vida de su nieto, uno de nuestros más geniales y reconocidos escritores. Se sabe que Fanny era una gran lectora, notable contadora de historias y que fue quien transmitió a toda la familia la leyenda del coronel Francisco Borges, su fallecido esposo. Esta abuela dejó su huella en la niñez de Jorge Luis y de su hermana Norah, con quienes compartía tardes de lecturas y charlas en inglés.

Entre los relatos que Fanny regalaba a sus nietos, estaban sus memorias de los días en que vivió en la guarnición militar de Junín, en la frontera de la provincia de Buenos Aires. Apenas se había casado, en 1871, cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento nombró a su esposo el coronel Francisco Borges, como jefe del destacamento. Así fue que se trasladaron a esa zona, donde se emplazaban los fortines que protegían de los malones a las poblaciones que se iban formando. Viviendo en el fortín, donde nació su primer hijo, Fanny tuvo contacto con los indígenas, habló con varios caciques y se dice que les enseñaba a leer y escribir a los niños. En ese tiempo, conoció a una mujer inglesa, como ella, que había sido raptada en un malón. La cautiva le contó que su esposo era un mapuche y que tenía dos hijos con él. Muy impresionada, la abuela de Borges intentó convencerla de volver a la civilización y le ofreció ayudar para traer a sus hijos. Pero la cautiva se negó, le dijo que era feliz en su nueva vida y que deseaba continuar estando con la familia que había formado en las tolderías.

La historia inspiró el cuento “El guerrero y la cautiva” que Borges escribió muchos años después. No sabremos nunca si Fanny le había puesto color, con su imaginación, a sus recuerdos. Sí suponemos que Borges le agregó un poco más de su cosecha y lo cierto es que lo hizo con la maestría que lo caracterizaba como escritor. Aprovecho, como siempre, para recomendarles el cuento, a usted, Inocencia, y a los lectores. En la trama se contraponen la figura de esta cautiva con la de un guerrero llamado Droctulft, quienes para Borges representaban el anverso y el reverso de una misma moneda. Droctulft, soldado de un ejército que se disponía a conquistar la ciudad italiana de Ravena, impactado al contemplar su grandeza y esplendor, cambió de bando y pasó a defenderla. De modos diferentes, tanto la cautiva como el guerrero eligen otra cultura, otro destino, en lo que se puede leer como un cuestionamiento a las concepciones tradicionales de civilización y barbarie, y sus fronteras.

Querida Inocencia: confío, como siempre, en haber hecho un aporte con mi respuesta, si no al desenredo de su problema, al menos al solaz y a la reflexión. Sepa que siempre puede volver a escribirme, esta consejera queda atenta.

Hasta la próxima.

Agalina

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