No, manzana
Estimadísimos: hoy quiero contarles que me ha vuelto a escribir Leticia, la amiga que hace unas semanas nos había confiado que tenía temor de que su suegra Hermenegilda le envenenara la comida, ¿la recuerdan? En un nuevo mail me dice que, atenta a mis sugerencias, empezó a invitarla a comer, para asegurarse de que los alimentos fueran inocuos. Y no sabe si el remedio fue peor que la enfermedad: si bien Hermenegilda ya no se inmiscuye en la cocina, ahora se queda a cenar todas las noches. Pero eso no es todo: la señora ha comenzado a traer manzanas para el postre y, con una actitud muy sospechosa, insiste en que los demás comensales las prueben. Leticia me pide nuevamente consejo, a pesar de todo.
Mi querida Leticia: parece que Agalina no la aconsejó bien… Y, sí, puede fallar… Pero no nos quedemos a llorar sobre la leche derramada. Mejor veamos si puedo aportarle algo más para compensar. Dígame, ¿Usted está segura de que Hermenegilda es la madre de su esposo y no la madrastra? Es muy difícil no relacionar su consulta con un cuento infantil muy famoso, ¿no le parece? Claro, con la Blancanieves de los hermanos Grimm y, cómo no, con la película Blancanieves y los siete enanitos, de Walt Disney, basada en el clásico.
Hermenegilda y sus manzanas me dan pie para contarle en qué se inspiró Disney para crear el personaje de la madrastra malvada, Grimhilde. Es una linda historia y, como siempre, podemos sacar alguna conclusión útil de ella. Al parecer, Walt Disney viajó por Europa en 1935 buscando modelos para el largometraje animado y encontró en la sobria majestad de una estatua de piedra la imagen apropiada para la cruel Grimhilde. Se trataba de la escultura conocida como Uta de Naumburgo, una figura realizada en piedra policromada que data del Siglo XIII.
La estatua es obra del genial escultor conocido como “Maestro de Naumburgo” y se encuentra en la Catedral de San Pedro y San Pablo, en Alemania. Representa a Uta de Ballenstedt, una noble dama alemana de la Edad Media. La belleza de sus detalles la hacen sobresalir entre las otras esculturas de la catedral. Uta luce una corona muy elaborada, con decoración de lirios e incrustaciones de piedras preciosas y perlas. Debajo de la tiara, lleva el pelo recogido y cubierto por una banda, obligatoria en las mujeres casadas de su época, que solía ser de lino y que cubría la barbilla, las orejas y parte de las mejillas. Viste un traje de invierno, adornado con un importante broche y un pesado manto bordeado de oro. Lo más llamativo es el modo en que la figura parece estar protegiéndose del frío y levanta el cuello de la capa, debajo de la cual se adivina la silueta del brazo y la mano en un gesto inusual para el tiempo en que fue esculpida.
La expresividad de la figura fascina por su realismo y cautiva a quienes la observan. Tanto es así que en el Siglo XIX pasó a ser un emblema germánico y un ícono del arte teutónico. Más tarde, el régimen nazi la utilizó con fines propagandísticos, como prototipo de la belleza aria. Cuando Walt Disney, fascinado con la imagen, utilizó características de su fisonomía para crear a la madrastra de Blancanieves, el Tercer Reich lo tomó como una afrenta y se prohibió el film en Alemania.
Ya me voy despidiendo, estimada Leticia, en la confianza de que la historia le haya gustado. Pero antes, le dejo una yapa: el escritor italiano Umberto Eco también estuvo hechizado por la majestuosa Uta. En una entrevista, dijo que, si pudiera invitar a cenar a una mujer de la Historia del Arte, sin duda sería a Uta de Naumburgo. Tal vez, solo tal vez, la solución para usted sea justamente que alguien más, embrujado o no, la invite a cenar a Hermenegilda.
Hasta la próxima, afectuosamente.
Agalina
Agalina Catarrate. Maestra ciruela, consejera sentimental. ¿Problemas amorosos? ¿Conflictos que te quitan el sueño? ¿Dudas existenciales? Podés escribirle a [email protected] y ella, con mucho gusto, responderá en próximas ediciones.
