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Una mirada interna

“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”

lunes 06 de septiembre de 2021
“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”

La realidad social, como una oscura nube de presagios, va tiñendo la cotidianidad formando y deformando las realidades individuales.

Cada uno y cada quien, según sus posibilidades, trata de vislumbrar el camino con menos riesgos de desesperanzas o, cuando menos, con alguna posibilidad de avizorar un andar que le permita mantenerse en pie. Búsquedas personales cuyos resultados, cada vez más infructuosos, obligan, en tantos casos, a tomar decisiones extremas. Una de ellas: irse del país.

Mucho se habla, en estos tiempos, de los que toman la decisión de alejarse a buscar en suelos extraños, en culturas distintas, lo que su propia tierra les niega.: trabajo, seguridad, bienestar… Se habla, entonces, de los que parten. Nunca mejor empleada la palabra. ¡Se alejan partidos, los que parten! Porque en la maleta que los acompaña en ese desarraigo, no caben la familia, los afectos, los soportes que constituyen todos los vínculos que han sido creados y sostenidos en la construcción de las historias de vida de cada uno. No caben los olores y sonidos familiares que preanuncian que se está llegando a un lugar seguro, donde aguardan los seres amados esperando, para ir escribiendo juntos nuevas historias, estrenando nuevos pasos, ofreciendo soporte y contención al andar cotidiano. Esa maleta es un ancla que recuerda, a los hijos que parten obligados, que el alma se les quedó en su tierra, en otro estadio, en otro tiempo…y a los padres, que el alma se les fue con los hijos que se alejaron. Es que pasamos de ser nietos de inmigrantes a padres de emigrantes.

Pero más allá del dolor de los que se van y los que se quedan ¿qué reflexiones nos caben como país? “Un país que se queda sin su gente, difícilmente pueda llamarse país.”

¿Cuánto le cuesta a la nación formar a los profesionales que luego expulsa al negarles la posibilidad de inserción laboral? El dolor que el desarraigo ocasiona en los que se quedan, trizando su estructura emocional, traduciéndose en diversas enfermedades ¿qué costo social representa para el país? Manos productivas que se alejan, juventud desaprovechada, potencialidades creativas que se desestiman...

Los que se van, se alejan físicamente del árbol familiar, pero dejando aquí sus raíces. Los que se quedan, conservan sus raíces, aunque ven secarse sus ramas renunciando a tantos brotes que ya no florecerán.

La ausencia, transformada en ese vacío que ya no se llena y se comienza a transportar tratando de armar con él el nuevo camino: el de la nostalgia, la añoranza y la melancolía.

La distancia, entonces, busca ser acortada con la modalidad que la modernidad permite: con mensajes de voz o videos llamadas, actual paliativo que ofrece parches al alejamiento afectivo, al resquebrajamiento familiar...

El tiempo, que no se detiene ni vuelve atrás, otorga la esperanza de un reencuentro futuro, aunque se sostiene en la certeza de la ausencia constante en el día a día, junto a las horas y vivencias que se van perdiendo irremisiblemente.

No hay vuelta atrás con las ausencias obligadas, con las emociones a flor de piel que quedan en carne viva expuestas a la lluvia corrosiva de la lejanía, “queriéndose sin decirlo y abrazándose sin tocarse” en palabras de Eduardo Galeano.

La tristeza, que según Enrique Mariscal es la falta de color en el alma, suma su trazo a las pinceladas cotidianas. Y la sociedad busca desesperadamente paliativos para obtener lo que, faltándole, necesita, y para deshacerse de aquello que, sobrándole, le hace tanto daño. Y tal vez, soñando consciente o inconscientemente, lo que en palabras de Cernuda sería: “con una pausa de amor entre la fuga de las cosas...”.

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