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Una mirada interna

“¡Pega el salto! No se puede atravesar un abismo a base de pequeños brincos”

lunes 30 de agosto de 2021
“¡Pega el salto! No se puede atravesar un abismo a base de pequeños brincos”

Desde algún pliegue del alma, desde algún recoveco del recuerdo, se filtra, a veces, un sentimiento movilizante que intenta sacudirnos de formas tan variadas como insistentes.

Son voces interiores que buscan decir, alertando sobre esa insatisfacción interna que tantas veces, a lo largo del día, y de los días, no da tregua al ánimo avasallado por las peripecias cotidianas.

Marcel Proust sostenía que: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino nuevos ojos”.

La propuesta, entonces, es desarrollar otro tipo de miradas que nos permitirían la increíble aventura de descubrir lo que permanece oculto, velado por la acostumbrada aceptación de lo establecido, de lo rutinario, de lo decretado como inmodificable… Nuevas miradas que oficien como una lija, como material abrasivo que deja al descubierto lo que estaba invisibilizado por capas y más capas de costumbre.

Miradas singulares que confronten con tantas miradas ajenas, adoptadas consciente o inconscientemente y que han sido incorporadas a nuestro patrimonio personall y espiritual, como propias.

Miradas que descubran lo que está cubierto por situaciones que, presentándose como complejas, sólo lo son por estar desprovistas de humanidad.

Miradas que, mirando, vean, descubran, revelen, perciban, desenmascaren lo que, al ojo rutinario, ejercitado en el hábito y la costumbre, le ha sido negado.

Se necesitan miradas novedosas transitando espacios insólitos que, augurando originales perspectivas, puedan predecir un cambio. Miradas que, mirando, sean capaces de vaticinar la posibilidad de una renovación interior soltando las amarras de las imposiciones.

“Una cosa es observar el mar desde la playa, y otra observarlo con ojos de cangrejo” decía Oliverio Girondo.

No es lo mismo pasear la mirada distraídamente sobre una situación y quedarnos con una impresión determinada de lo que captamos a simple vista, que detener la mirada permitiendo que surja el potencial de observación, de percepción, de análisis, obteniendo gran cantidad de datos para procesar, de emociones para captar o de información para percibir…

Tal vez el panorama social sea tan repetitivo y confrontativo, porque está asolado de miradas que, mirando, no ven. Se ha ejercitado tanto el ojo de la costumbre y son tan potentes los músculos de la rutina que sólo nos permite ver lo común, lo acostumbrado.

Habrá que reeducar a los ojos que, mirando, no ven, para ejercitarlos en el necesario arte de que, viendo, detecten “lo que es” en lugar de ver lo que otros le señalan que es, y termina siendo, justamente, lo que “no es”. La acción de ver transformada, entonces, en una creación personal a través de la cual aflore, en forma tan clara como nítida, el acabado final de un trabajo interior sin todas aquellas intromisiones exteriores que colapsan la propia singularidad.


“Cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo” alertaba Confucio.

Son tantas las actitudes banales y los comportamientos intrascendentes que pueblan el horizonte cotidiano de tanta torpeza como mediocridad, manteniendo a la sociedad en la superficie de las cosas, impidiéndole captar su esencia…

El disco rayado de la realidad repite su monocorde y aburrido estribillo, una y otra vez a lo largo del tiempo, haciéndonos “bailar” al son de su de su irritante muletilla.

Seguramente, a causa de ello, el poeta Rumi sugería: “Vende tu intelecto y compra sólo asombro. Dicha inversión te traerá ganancias”.

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