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Cirse

martes 24 de agosto de 2021
Cirse

Estimadísimos: esta semana quiero responderle a Leticia, quien me escribe para pedirme que la ayude a encontrar una solución a un problema que la aqueja. Esta nueva amiga me dice que está harta de sentirse invadida por su suegra Hermenegilda. La madre de su esposo vive en la casa colindante con la de Leticia y eso le facilita presentarse a toda hora de visita. Visitas durante las cuales la señora registra la casa, opina sobre todo y no pierde oportunidad para criticar a Leticia. Pero lo que más angustia a nuestra consultante es que Hermenegilda suele aparecer en el momento en que ella prepara el almuerzo y, literalmente, meter la cuchara. Con aire sospechoso, y sin pedir permiso, se entromete en la preparación. Manipula ingredientes y condimentos, y luego, se va en silencio. Leticia ha empezado a pensar que su suegra quiere envenenarlos y termina tirando la comida sin probarla. Preocupadísima, reclama mi opinión autorizada.

Mi querida Leticia: los pormenores de su consulta me traen a la memoria un cuento de Córtazar que discurre por similares cauces. Fiel a mis costumbres, y a modo de respuesta, hoy le voy a hablar de ese escrito. Confío en que sacará buen provecho. El cuento en cuestión se llama “Circe” y fue publicado en Bestiario, el contario del que forma parte, en 1951. Si lo leyó, sabrá que vale más de una relectura. Si no lo ha leído, se lo recomiendo.

El título del cuento es una referencia a la hechicera de la mitología griega, famosa por sus pócimas mágicas con las que transformaba en animales a sus enemigos o a quienes la ofendían. La Circe del relato de Cortázar es argentina, bonaerense para ser más exactos y se llama Delia Mañara. En su barrio, los vecinos la miran mal y la critican porque asumen que es la culpable de la muerte de dos novios que tuvo.

Mario es el tercero que aparece a cortejarla, haciendo oídos sordos a la mala fama de la joven. Él se muestra tan hechizado por ella como las mascotas que la siguen y le obedecen con sumisión. Delia fabrica bombones y licores en su casa, y Mario es el degustador de sus delicatesen y el encargado de adivinar con qué rellena la enigmática joven los moldecitos que luego baña en chocolate. No voy a adelantarles cómo termina la historia, sería un pecado.

Pero les puedo contar las circunstancias que rodean la escritura del cuento, que el propio Cortázar ha relatado. Era una época en que el escritor estaba sobrecargado de estudio, rindiendo exámenes para recibirse de traductor. Posiblemente a causa del estrés, comenzó a percibir que tenía una extraña fobia que le impedía disfrutar de la comida. A pesar de que comía lo que cocinaba su madre, en quien confiaba y cuyas preparaciones siempre le había gustado, lo asaltaba la idea de que podía encontrar moscas u otros insectos en los alimentos. No podía evitar escarbar con el tenedor con miedo de hallar algo desagradable. Estos pensamientos le dieron la idea del cuento. Y lo realmente asombroso es que cuando lo terminó, descubrió que la escritura había funcionado como terapia puesto que estaba mágicamente curado de su fobia. El cuento, decía Cortázar, había operado como un exorcismo.

Estimada Leticia, no vaya a pensar que le estoy sugiriendo que su suegra es una bruja malvada, ni que necesite un exorcismo. Tampoco me atrevería a aconsejarle que le cierre la puerta de su casa a Hermenegilda, pero sí la animo a vigilarla durante sus visitas. Si de todos modos, cree que su suegra puede ingeniárselas para agregar un ingrediente desagradable a la comida, invítela a comer y obsérvela con atención. De su comportamiento, podrá sacar reveladoras conclusiones. Y por supuesto, solo por razones profesionales, la invito a que me las haga saber.

En la confianza de haberle aportado alguna idea, o al menos haberla entretenido a usted y a los apreciados lectores, me despido hasta la próxima.

Agalina.

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