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Una mirada interna

“Quien vive de las necesidades ajenas no tiene ningún apuro en resolverlas”

La frase del título pertenece a Enrique Mariscal
lunes 09 de agosto de 2021
“Quien vive de las necesidades ajenas no tiene ningún apuro en resolverlas”

El panorama social se ha cubierto, nuevamente, con el diluvio torrencial de las próximas elecciones que no deja de derramar su conocida carga de “más de lo mismo” sobre el agobiado espíritu comunitario.
Los repetitivos métodos que, en las cercanías de las elecciones, salen al ruedo, mantienen su impronta tradicional conformando ese brebaje indigesto que cada vez son más los que se niegan a beberlo.
La política, “ese acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir” al decir de Jacques Bossuet, está muy desequilibrada. Al parecer, cada vez son más los que quieren entrar y ninguno quiere salir. Todos aspiran a poseer la llave del cofre que, dentro de las miserias cotidianas, promete la garantía de un destino mejor. Sobre todo teniendo en cuenta que no exige mucho a sus aspirantes. No requiere estudio, capacitación, trayectoria que garantice idoneidades, valores morales comprobables que aseguren y garanticen conductas íntegras, ni compromiso real indeclinable con las necesidades del pueblo…
Solamente se debe estar dispuesto a acordar o disentir, cuando las necesidades partidarias así lo requieran e impongan.
Será por eso que Miguel de Unamuno cuando le preguntaban a qué partido pertenecía, el respondía: “A ninguno, yo soy entero.”
Tal vez ello responda a por qué estamos tan fragmentados y divididos, porqué no hay forma de armar el rompe cabeza social y, en su lugar, se siguen esparciendo sus partes alejándolas de la posibilidad de conformar un todo que de solidez y consistencia al tejido social.
Habitamos una sociedad sin caminos que conduzcan a soluciones, inmersos en problemáticas que de tan variadas como enmarañadamente insalvables malogran e inhiben, con su persistencia, la construcción de sanadoras esperanzas.
En ese laberinto de resquemores e irritabilidades que constituye la vereda cotidiana por donde todos transitamos, se ofrece, como panacea indiscutible: ¡la política! Y agarrados a ella, con uñas y dientes: ¡los políticos!
Khalil Gibrán afirmaba: “Trae el desastre a su nación aquel que nunca siembra una semilla, o pone un ladrillo, o teje una prenda, pero hace de la política su ocupación.”
El aire cotidiano, viciado de atropellos de todo tipo, se torna irrespirable. La repetición de situaciones, que terminan conformándose en rutinas, son aceptadas como “normales” ante la sistematización y frecuencia con que se realizan. El destrato de los unos a los otros, normatizado como trato diario, la descortesía en todos los órdenes, la falta de respeto al semejante y sus derechos, son algunos de los ingredientes que conforman el pandemónium de la realidad.
Todos los demonios liberados de la caja de Pandora parecen estar sobrevolando el espacio comunitario y, el fondo de la caja, lugar donde, según el mito, había quedado la esperanza, ahora lo ocupan los políticos tratando de convencernos de que ellos son la esperanza…
El pueblo, cada vez más descreído y desesperanzado, ha agotado su capacidad auditiva ante los cantos de sirena, siempre prometedores, aunque siempre incumplidos…
Las angustias se siguen acumulando trayendo agonía al cuerpo y dolor al alma. Dolores tan manifiestos, algunos, como inmanifiestos, otros.
¿Por qué será? Tal vez, porque como decía Leopoldo Marechal: “La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre” …

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