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Moria y los fantasmas

domingo 25 de julio de 2021
Moria y los fantasmas

Estimados: mi misión de esta semana es responder a Josefina, de Barrio Juan XXIII, quien me hace una curiosa consulta.

Josefina inicia su mail relatándome que ha tenido el gusto de leer la autobiografía de Moria Casán y, como lectora, atenta se pregunta si la diva ortomolecular la habrá escrito personal y efectivamente. Si habrá tipeado con sus deditos de perfectas uñas, exprimiendo sus propias neuronas y desempolvando las habilidades con las que alguna vez redactó con tema “la vaca” en la primaria.


Josefina no debe ser la única que se hace este tipo de preguntas en tiempos en que parece una moda instalada que los famosos, deportistas, políticos y artistas publiquen libros. Pues bien, para comenzar a responder hay que considerar que, desde hace mucho tiempo, existen los escritores fantasmas. También llamados negros literarios o simplemente negros, son quienes redactan por encargo, ya sea de un particular o de las editoriales, y cuyos nombres no figuran en las portadas de ningún libro.


A través de la historia de la Literatura se ha sabido de numerosos escritores que tenían uno o varios negros literarios. Es notable el caso de Alejandro Dumas, que admitió haberse rodeado de colaboradores para escribir sus obras y llegó a tener sesenta y tres negros.

Esto me trae a la memoria, una historia con la que mi sangre feminista se subleva porque se trata de una mujer, fíjese, que fue la negra literaria nada menos que de su propio marido. María de la O. Lejárraga se llamaba esta brillante autora, que escribía las obras que firmaba su esposo, Gregorio Martínez Sierra, y con las que él se hizo famoso.

Al parecer, María sí había firmado sus primeros escritos pero su familia no veía con buenos ojos que ella se dedicara a la escritura. Es posible que, por esta razón, haya llegado a un acuerdo con su marido. Acuerdo que, en apariencia, beneficiaba a los dos: a él le gustaban las relaciones públicas y se le daba muy bien aparecer como autor y ella podía continuar desarrollando su arte. Gregorio Martínez Sierra se adjudicó la autoría de alrededor de cincuenta piezas dramáticas, y otras obras de diversos géneros, que su mujer escribía. Él cosechaba el éxito, por ejemplo, con Canción de Cuna y El amor brujo, productos del ingenio y la pluma de ella. Y a pesar de que en el medio español de la época se suponía que era ella quien escribía, este fraude fue posible, en gran parte, por la hipocresía de ese tiempo y, claro está, porque ella lo aceptaba así. Lo cierto es que el acuerdo entre María y Gregorio continuó aun cuando él la dejó por una actriz, Catalina Bárcena, y tuvo una hija con ella. Mire a qué punto llegaron las injusticias, Josefina, que cuando Gregorio falleció, la hija de Catalina Bárcena recibió en herencia los derechos de autor, dejando a María no solo humillada sino también en difíciles condiciones económicas.

María fue dramaturga, pedagoga, poeta, ensayista, traductora, militante feminista y legisladora. Esta multifacética mujer que había nacido en 1874, murió en 1974, en Buenos Aires, donde residió sus últimos años luego de tener que exiliarse a causa de la Guerra Civil Española. Sí, como lee usted, María transitó todo un siglo y, a pesar de su magnífica y extensa obra, fue ingratamente subestimada. Por fortuna, muchas editoriales hoy están publicando sus escritos y haciendo justicia al poner el nombre de María de la O Lejárraga en las tapas de los libros que ella escribió.

¿Habré respondido satisfactoriamente a sus dudas, querida Josefina? Si no fue así, espero al menos haberla entretenido un rato.
Hasta la próxima, con el afecto de siempre.
Agalina

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