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Frase de Publio Terencio

“Hombre soy, nada humano me es ajeno”

lunes 10 de octubre de 2022
“Hombre soy, nada humano me es ajeno”

El horizonte social, transformado en un lugar neblinoso, nos da, sin embargo, una certeza: su condición de limitante. Nuestra cosecha social habla a las claras de malas siembras. ¿Serán las semillas, los suelos, el sembrador, el clima, las langostas arrasando todo a su paso…?

Si de mejorar la cosecha social se trata, pensemos… ¿cuáles serán las habilidades básicas que un ciudadano debe adquirir para formar parte, exitosamente, de un proyecto de crecimiento y empoderamiento social?

¿Cuáles serían las capacitaciones que se deben potenciar y los conocimientos que se le debe impartir para poder desenvolverse en la complejidad y mutabilidad de los tiempos que corren, permitiéndole relacionarse con los otros a través de vínculos saludables?

¿Dónde podremos avizorar el cambio apoteósico que requiere nuestra sociedad para emerger de las profundidades en las que, cada vez más, nos sumergimos? ¿Será en los futuros dirigentes, formados en la educación actual, destruida y desvalorizada a lo largo de décadas? ¿Ostentando qué valores, persiguiendo qué objetivos, esgrimiendo qué ideales?

El árbol social, tentando con su amargo e improductivo fruto de la inmediatez, desestima el cultivo provechoso de la paciencia, el esfuerzo, la autodisciplina, el trabajo sostenido, la construcción y percepción de la singular valía que permita –apoyándose en la personal seguridad y autoestima- construir el propio destino.

Erich Fromm sostenía que: “La vida es el proceso de volver a nacer constantemente. La gran tragedia de nuestra vida es que muchos morimos antes de haber nacido totalmente”

Vinculando este pensamiento con nuestra realidad, cabe preguntarse cuánto tendrá que ver con ello la cultura que nos “nutre” y amontona en una sociedad que nos lleva a creer que podemos vivir en forma aislada, venerando nuestro ombligo y todo lo que gira alrededor de nuestros particulares intereses y deseos, desestimando al otro, agrediéndolo con nuestras conductas, vulnerando sus derechos con tantas actitudes desaprensivas e intimidatorias que constituyen la marca en el orillo de lo que somos y hacemos…

Una sociedad que parece transformarnos en perpetuadores de todo lo que debiéndose desterrar definitivamente, por algún motivo insistimos en reproducirlo y reafirmarlo, otorgándolo categoría de interminable, haciéndolo perdurable en el tiempo y los hechos…

“Cada uno de nosotros es un ángel con una sola ala. Y sólo podemos volar si nos abrazamos unos a otros” pensaba Luciano de Crescenzo.

Tal vez, ésa sea la explicación de nuestra imposibilidad de vuelo y nuestra condenación a continuar padeciendo nuestra realidad de fragmentación y frustración constante.

¡Qué difícil resulta pensar en volar cuando cada vez cuesta más mantenerse en pie!

George Bernard Shaw escribió: “La vida no es para mí una vela pequeña. Es una especie de antorcha espléndida de la que me he apoderado por unos instantes, y deseo hacerla brillar lo más posible, antes de pasarla a las generaciones futuras”.

¡Qué grandioso sería que cada uno compartiera este pensamiento!

¡Qué mágico resultaría encendernos en la antorcha de la vida y esforzarnos en hacerla arder con la mayor intensidad que cada uno pudiera lograr!

¡Qué humano resultaría querer transmitirla a las generaciones venideras para facilitarles el andar!

¡Cuánto sentido tendría una vida dedicada a formar parte de un proyecto luminoso y no de un acontecer aciago!

Será por eso que Gabriel Marcel creía que: “Uno ha de transformarse de una circunferencia en la que el centro es uno, en una elipse que tiene dos centros, tú y yo”.

Homo Sum le respondería: “Simple. Aunque simple, no quiere decir fácil”.

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