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“Quien para sobrevivir se hunde en el fango, solo respira”

lunes 05 de septiembre de 2022
“Quien para sobrevivir se hunde en el fango, solo respira”

Cada vez son más las vivencias que se deslizan por la piel social pareciendo no impactar en ella. Como si el acostumbramiento fuera una enfermedad que insensibiliza y su pronóstico inequívoco fuera la fatalidad. La fatalidad de aceptar como normal, lo que no lo es, de darle apariencia de conveniente a lo que, a todas luces, involuciona, embrutece, deshumaniza…

La rueda social cotidiana no deja de girar su más de lo mismo, ni de avanzar en su camino de despropósito, dejando la marca de su huella para que la transiten los que vienen atrás. Creando una realidad que se sostiene parapetada en la falta de equilibrio, de armonía, de racionalidad, y de propósitos que amalgamen los intereses comunes conduciendo al buen puerto de la paz social…

Una realidad que metamorfosea los sueños en aves migratorias que vemos partir a diario…

Una sociedad que avanza ¿dormida o anestesiada?, ¿deshecha o fragmentada?, ¿indiferente o manipuladora?... En cualquiera de los casos el resultado es el mismo.

Decía Schopenhauer que: “Nuestra felicidad depende más de lo que tenemos en nuestras cabezas que en nuestros bolsillos”.

Sería bueno meditar, entonces, individualmente, acerca de lo que tenemos en nuestras cabezas que ocasiona que el camino que trazamos nos conduzca, socialmente, hacia la infelicidad, hacia esos inhóspitos recovecos de la convivencia diaria, habilitando a la realidad para erguirse, empecinada, en desalojar la esperanza.

Tenemos mucha agudeza visual para captar los errores ajenos y una gran miopía para ignorar los propios. Será por eso que Séneca decía: “Tenemos los vicios ajenos delante de los ojos y los propios a la espalda”.

Si bien no podemos cambiar los ojos, sí podemos -y en muchos casos debemos- cambiar la mirada, confundida tantas veces en el trazado laberíntico de conceptos y creencias que se tornan inamovibles impidiendo la adaptación que conduzca a un cambio criterioso y productivo.


“De eso se trata, afirmaba Mario Benedetti, de coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves. Que te enseñe a mirar con otros ojos”.

Y que esos nuevos ojos generen nuevas miradas que potencie el cambio de pensamiento que luego se vuelque sobre las cosas, transformándolas en algo distinto a lo sistemáticamente establecido, a lo culturalmente determinado, a lo inopinadamente aceptado…

Hay que abrir el ojo de la mente para que nuevas luces atraviesen lo indeseadamente vetusto y comience a filtrarse, en la oscuridad de los determinismos, nuevas visiones que otorguen originales perspectivas para la cristalización del encuentro social en torno a intereses comunes y sentimientos de tolerancia y cooperación. Aunque en el pandemonio que nos atenaza a diario, sofocándonos con su implacable continuidad, parezca cosa de locos imaginar al pueblo unido con lazos de fraternidad, lo realmente desquiciante es este caos generalizado en todos sus órdenes, sostenido y acrecentado como forma natural de vida, y como proyecto social aceptado como sempiterno…

Nuevamente, el pensamiento de Martin Luther King establece una reflexión tan puntual como certera de la situación: “La verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión, es la presencia de justicia”.

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