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“El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma”

lunes 08 de agosto de 2022
“El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma”

Los tiempos que corren nos traen, a raudales, sacudones emocionales constantes ante la zozobra del diario vivir. Pero también resultan pródigos en enseñanzas que nos vendrían muy bien aprender y poner en práctica.
Si bien las despedidas son una constante natural, en el ciclo continuo de la vida, las que ocasionan las crisis sociales merecen un capítulo aparte cuando constituyen un vacío sostenido que imposibilita encontrar un refugio donde guarecerse.
Si hablamos de pérdidas naturales, creo que la primera pérdida innegable es la del día anterior que, engullido por el tiempo, se transforma en ayer señalándonos un día menos de vida en nuestro haber. El nuevo día podrá traer consigo pérdidas afectivas temporales o definitivas, pérdidas laborales, económicas, de salud… En fin, todo lo que conforma el diario vivir constituyendo los imponderables o las inesperadas situaciones con las que debemos lidiar en el tránsito existencial.
Ahora bien, cuando la realidad que determina las condiciones en que debe vivir una sociedad, construyendo en sus integrantes más debilidades que fortalezas, sosteniendo una continuidad despiadada en pérdidas que desvitalizan anímicamente a sus integrantes y los demuelen interiormente imposibilitando mantenerse erguidos, podríamos decir que esa sociedad, en sí misma, es una pérdida.
¿Qué decir cuando la sociedad se transforma en un caldero que se va consumiendo a sí misma, y donde se escabullen proyectos, sueños, esfuerzos, esperanzas, anhelos, posibilidades…?
Donde desaparecen, como por arte de magia, los esfuerzos de toda una vida sin que se divise en el horizonte la posibilidad resarcitoria de volver a construirlo.
Una sociedad donde las pérdidas son una constante del día a día que arrasan, como un río desbordado, lo que encuentran a su paso. Y cada uno ve desintegrarse la estructura social a través de su derrumbe incontenible.
“Uno se despide, insensiblemente, de pequeñas cosas…”.
Nos hemos atrevido a fragmentar todo aquello que debía constituir una unidad incuestionable para el funcionamiento y la armonía social, sin percatarnos que, con ello, nos fragmentábamos a nosotros mismos, en tantas partes, que ahora parece imposible volver a reunirlas.
Nos despedimos insensiblemente de pequeñas cosas que, de pequeñas, no tenían nada, y ahora, a la luz de su ausencia, podemos dimensionarlas en su total magnitud.
Es que resulta tan grande el vacío que dejaron y tan pesada su carga para transportarla, que avanzamos a tientas, con tantas fracturas emocionales y mentales, como un vidrio trizado próximo a desmoronarse en cualquier momento.
“Cada despedida es un encuentro que queda para más tarde” decía Isabella Goncalves.
Son demasiadas nuestras despedidas cotidianas… y más tarde, ya será muy tarde…

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