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“Las palabras, como los rayos x, atraviesan cualquier cosa si uno las emplea bien”

lunes 13 de junio de 2022
“Las palabras, como los rayos x, atraviesan cualquier cosa si uno las emplea bien”

El 13 de junio se recuerda el día del escritor. ¡Qué oficio tan singular! Eso de andar dibujando emociones en los corazones ajenos, de andar construyendo nidos transitorios que sirvan de refugio y cobijo a tantas mentes y espíritus que encuentran alivio, recreación y bienestar en el masaje vivificante de las letras, que tanto puede nutrir el ánimo, el cuerpo o el alma a través de su mensaje.

La emocionalidad que estalla en el escritor dando vida a sus creaciones, no contempla lugar ni horario. Surge como una mixtura de infinitas y, a veces, desconocidas motivaciones, como una llamarada de sensibilidad captando lo que para muchos resulta invisible y para otros se transforma en inasible. Pero el escritor lo ve, es iluminado con la luz de la inspiración, lo tamiza con la textura de su singularidad y lo presenta transformado en creación. Una creación elaborada con trozos de su historia, con pinceladas de su inconsciente, con latidos de su hoy y de su ayer que van conformando esos mundos paralelos en los que habita intermitentemente…

El escritor va creando mundos, permitiéndole al lector hacerlos propios cada vez que lo desea.

Es un mago que saca de su galera esquinas, diagonales y avenidas por donde invita a transitar sus relatos y recorrer sus vericuetos narrativos.

Es un prestidigitador que, atrapando en la red de sus historias, consigue robar una lágrima, encender una sonrisa, rescatar un recuerdo del olvido, traer a la vida lo que ya ha partido de ella, despertar una idea, potenciar una certeza, sembrar una duda…
Es un derrochador de sus tesoros interiores poniéndolos al alcance de quien desee tomarlos para urdir, a veces, y a partir de ellos, la trama de nuevas realizaciones.

Es un devoto de la significancia de las letras para construir puentes que unan, pensamientos que eleven, sentires que enraícen.

Es un místico consagrado al ceremonial de las palabras tratando de descubrir, con ellas, el elixir de la comunicación.
Es un cultor de las emociones que, ataviadas de palabras, se introducen por los ojos del lector iniciando su viaje de trotamundos.

El escritor es un soñador, aguardando que sus hijos literarios desarrollen las alas propias que los trasladen de corazón a corazón y de pensamiento a pensamiento, por el itinerario de la trascendencia.

“Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida” afirma Adolfo Bioy Casares. Coincido y agrego: un cuarto mágico, secreto, donde el escritor se da cita con las letras en el espacio privadísimo de la intimidad literaria. Donde todo lo demás sobra, donde la danza de las palabras magnetizan al escritor alejándolo del mundanal ruido, de los avatares cotidianos, de las rutinas preestablecidas. Un cuarto donde pueda aflorar la propia singularidad y el trazo de la escritura permita ser uno mismo. Un cuarto que posibilite la construcción de un mundo propio, donde brillen los soles que el escritor convoque y se instalen las estrellas que pueda atraer.

¡Qué oficio singular el de escritor! ¡Qué bello! ¡Qué nutritivo para el alma!

Oficio solitario que posibilita construir mundos y galaxias, destruirlos, y volverlos a construir desde otra perspectiva, con otras herramientas y nuevas miradas. Oficio atrapante, convocante, vivificante. Oficio que otorga alas posibilitando esos vuelos tan necesarios como sanadores, tan libres como impredecibles. Y raíces, que hundiéndose en la tierra otorguen firmeza y vitalidad.

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