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“Sólo amanece el día para el que estamos despiertos”

lunes 09 de mayo de 2022
“Sólo amanece el día para el que estamos despiertos”

En el permanente círculo aditivo de errores manifiestos e intenciones inmanifiestas en que se ha transformado la cotidianidad, es llamativo observar la perpetuación de agravios y humillaciones que se despliegan en todos los órdenes, sobre los sufrientes seres a los que se da en llamarlos: ciudadanos.

El respeto perdido, las leyes ausentes, la cortesía olvidada, generan un trato que, transformado en destrato, va circulando a contramano en el panorama diario. A contramano de la convivencia armónica, de los modelos ejemplificadores dignos y necesarios, de la tolerancia imprescindible entre los vínculos sociales, del hacer criterioso, del decir saludable, del sentimiento de valía de uno mismo y de los otros…

El día a día se presenta como una gran compactadora social que nos empuja hacia el espacio común de la mediocridad y la desprotección en todas sus formas, buscando transformarnos a todos en lo mismo. Sin embargo ¡no lo somos!

Somos brasas en la hoguera del tiempo, ardiendo en el fuego de la vida, destinados a ser luz, a veces, calor, en otras y, en tantas oportunidades, llamaradas de luz y calor iluminando e iluminándonos.

Sin embargo, permitimos que la brasa que somos cada vez se encienda menos y se apague -en tantos casos- sin haber sabido de su potencial innato.

Tal vez nos sea posible hacer el intento de surcar los espacios interiores que nos llevan al encuentro con uno mismo, bosquejando un trazado hacia la esencia olvidada de tanto transitar los caminos que nos alejan de ellas.

Tal vez podamos comprender que la “tierra prometida” no se encuentra en el afuera, sino en el interior de cada uno, constituyendo una fortaleza inexpugnable en la que nadie puede manipularnos, ni humillarnos, y mucho menos desalojarnos…

Tal vez así podamos dejar de ser arcilla, en manos manipuladoras que nos deforman, indicándonos quiénes y cómo seremos, qué pensaremos, cómo sentiremos, con qué acordaremos, cuáles palabras diremos y cuáles callaremos, en qué momento nos haremos oír con voces ajenas y en cuáles otros silenciaremos la propia voz, negándonos a nosotros mismos… ¡Siendo, en tantos casos, transformados en mercaderes de la propia miseria interior!

Necesitamos comprender, creo, que vivir no es destinar nuestros esfuerzos a encender brasas ajenas que ardan en hogueras que nos excluyan, hasta consumirnos… Que cada uno es una potencialidad en sí mismo y nadie puede arrogarse el derecho de evitar que se desarrolle y, dignificando su esencia, dignifique la vida.

¡Pero ello no se logrará con atropellos y humillaciones, con violencia y vejaciones!

Sin embargo, seguimos sin entenderlo. Los ánimos son constantemente alterados, tan exacerbados, a veces, como abatidos, otros. Sin intención de disimular su exposición, en tantas ocasiones, como resguardándola de la mirada ajena, a veces, según las circunstancias. Ánimos que, de tan vapuleados, devienen en desánimos, expresados en las más variadas formas.

Habrá que trabajar conscientemente para hacer realidad el pensamiento de Pietro Ubaldi cuando sostenía: “El próximo salto evolutivo de la humanidad será el descubrimiento de que cooperar es mejor que competir”.

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