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“Somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro propio infierno”

lunes 25 de abril de 2022
“Somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro propio infierno”

El escenario cotidiano resulta tan previsible en su desfile de personajes, como en el guión de la obra representada. Cambian los actores, pero la obra parecería puesta en escena a perpetuidad…

No hay sorpresas concebibles en el poco inspirado argumento diario. El “más de lo mismo” se reitera potenciándose en una repetición tan grotesca como patética.

La incertidumbre, como una ola gigante, desestabiliza a la sociedad arrastrando lo que pudo ser, hacia las costas de lo que ya no será.

“Al fin, la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas. Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón”, dice “La canción de las simples cosas”.

Seguramente por eso hay tanta tristeza en nuestra sociedad. Por todas las cosas simples que han muerto y han sido reemplazadas por tantas otras que, elevadas al rango de cotidianas y cuya repetición les ha dado categoría de normales, van asolando el día a día con su demoledora obra de deshumanización constante.

Las simples cosas perdidas, como caminar tranquilos por la calle, sentirse seguros dentro de la propia vivienda, viajar confiados en un transporte público, la cortesía que nos acercaría en el trato diario y el respeto que nos uniría en la construcción social, cerrar un trato con un apretón de manos confiando en el valor de la palabra dada pero, sobre todo, en quien la da, la educación familiar que sienta las primeras bases de los comportamientos necesarios e imprescindibles del niño preparándolo para la convivencia respetuosa con su entorno y con las demás personas, la construcción de una estructura con los propios sueños sabiendo que existe un futuro dentro del cual el esfuerzo permitirá su concreción…

La paleta cotidiana ha perdido la magia de sus disímiles coloridos, relegando el arcoíris de posibilidades vitales al rango difuso de los tonos de la desesperanza.

“El infierno son los otros” sostenía el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre. Frase reveladora por su actualidad donde, “el otro”, parece haberse tornado una amenaza constante, un peligro que hay que evitar, un riesgo impredecible al que no hay que exponerse. La desconfianza hacia el semejante y el recelo ante su presencia, limita el trato que posibilitaría el acercamiento confiado, excluyendo la posibilidad de unión y armonía.

Rejas, candados, cámaras, alarmas, animales de ataque… cada vez más recaudos para tratar de garantizar la propia seguridad y que “el otro” permanezca lo más lejos posible.

Resguardos exteriores a la vista de todos. ¿Y por dentro, en el interior de cada uno donde nadie ve? ¿Qué pasa con los quebradizos suelos emocionales donde cada quién transita su singular camino? ¿Adónde se instalan los miedos, la soledad, la desesperanza, la alegría perdida, los sueños olvidados, las familias desintegradas por una realidad que no deja nada en pie?

Pero hay que salir al ruedo cotidiano pertrechado con lo que se tenga a mano, con lo que se pueda, y enfrentar lo que venga a como dé lugar.

El consabido “Yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset, siempre vigente. Es decir: yo, y lo que me salga al cruce… Porque no puede haber equilibrio emocional en los integrantes de una sociedad enferma, que potencia las garras y los colmillos como práctica cotidiana.

“La cruz en los pechos y el diablo en los hechos” parecen conformar una filosofía de vida que cada día cuenta con más adeptos en el escenario cotidiano.

Los orientales consideran que el origen de las enfermedades está enraizado en el karma y resumida en “los tres venenos”: la avidez, la ira y la ignorancia. Tres venenos que nuestra sociedad destila por doquier.

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