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“El pan sopado en la adulación, que engorda al servil, envenena al digno”

lunes 07 de marzo de 2022
“El pan sopado en la adulación, que engorda al servil, envenena al digno”

El día a día, transformado en una profecía elocuente por demás de los que nos aguarda a cada paso, avanza, avalada por los hechos contundentes que debemos atravesar y certificada por los padecimientos innegables de todo tipo que arrecian sobre el pueblo.


Así nos encuentra cada amanecer como náufragos del despropósito buscando la costa de la cordura que, cada vez, se sitúa más y más lejana… Como perdidos en la tormenta tratando de visualizar el faro que ilumine el camino… Como sedientos, en el desierto de la desesperación, soñando con un oasis restaurador…


El circo cotidiano prolifera en su producción de payasos, aunque ninguno de ellos, ni los profesionales ni los improvisados, logra trascender lo tragicómico de su actuación.


La troupe circense, que el pueblo atado de pies y manos debe presenciar sin posibilidad de no hacerlo ni dejar de padecerlo, presenta su función en continuado…

Los harapientos espirituales asolando el panorama diario, ensoberbecidos en sus propias miserias, creyéndose lo que tratan de aparentar sin que nadie más que ellos lo crean… Ellos, sobre los que el abuelo Alcides diría: “Los que se las dan de coludos cuando todo el mundo sabe que son rabones…”.

Ellos, los hipócritas, los serviles, llevando su indignidad como una cicatriz dejada por el sentimiento de la propia insignificancia, en una marca tan imborrable como delatora transformada en su carta de presentación y que, pese a sus mejores esfuerzos no pueden disimularla.

¿Hasta cuándo el pueblo seguirá transformado en buscadores de migajas de oportunidades que puedan caer del festín de tantos?

¿Hasta cuándo los indignos, haciendo uso de “su propia cintra métrica” para medir a los demás seguirán nivelando a todos a su propia medida?

¿Hasta cuándo el abanico de seres de la peor calaña, seguirá atravesando el panorama cotidiano haciendo de la impunidad el pase libre que le abre todas las puertas para cometer los desmanes de todo tipo que realizan?

¿Hasta cuándo se seguirá potenciando transformar al pueblo en una masa amorfa leudada con las degradaciones cotidianas pretendiendo darle, al mazacote obtenido, visos de sociedad?

“Debemos conducir a los hombres con firmeza y a las cosas con prudencia.” decía Homo Sum.

Firmeza y prudencia… dos valores que, como tantos otros, han desaparecido del panorama diario. Paso a paso, hecho a hecho, día a día, se ha ido destruyendo el entramado de valores que sostenían el edificio comunitario y su derrumbe ha sepultado –en tantos casos- lo que otorgaba la condición de bípedos. Será por eso que cada vez son más los que se arrastran para conseguir sus objetivos conformando cofradías de adaptados a la barbarie imperante.

Estigmas sociales corrosivos para el espíritu que obnubilan la mente exaltando la condición primitiva del ser.

Y acá estamos, en este manicomio social de puertas abiertas, siempre preguntándonos qué nos pasa, y porqué nos sucede lo que nos sucede, tan acostumbrados ya a la reiteración de los mismos errores, una y otra vez, hasta el infinito…

Será porque como decía Oliverio Girondo: “La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas…”.

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