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Mariposas en el estómago

lunes 24 de enero de 2022
Mariposas en el estómago

Estimados: esta semana me encuentro particularmente estimulada a responder, y con prontitud, a una nueva consultante, puesto que percibo en su mail cierta urgente angustia, a la que un ser empático como yo no puede abstraerse. Solitaria es el seudónimo que elige nuestra amiga para contarme sus cuitas y, con él, ya nos adelanta que su inquietud es producto de la soledad. Me aclara que su problema no es la falta, sino el exceso de candidatos que revolotean como insectos a su alrededor. El problema es que ningún pretendiente, de los muchos que se le acercan, ha provocado un aletear de mariposas en su estómago. Reconoce que tal vez sea ella, que los mira con lupa, clasificándolos, buscándoles rarezas. De sus profundas observaciones ha tomado nota de dos especies que descarta de inmediato: los que se arrastran mendigando cariño y los que se hacen los evolucionados. A pesar de todos sus reparos, Solitaria desea enamorarse, ser picada por el bichito del amor. Como todos, agrego yo, como todos. Y me dispongo a ayudarla.

Pues bien, si ya es seguidora de Agalina sabrá que mi respuesta/consejo viene en forma de relato y que su tarea consistirá en saber leer entre líneas. Sus palabras me han traído a la memoria a cierta dama del lejano Siglo XVII, en cuya historia me gustaría introducirla. Se trata de Maria Sybilla Merian, nacida en Alemania, en el mes de abril de 1647. Muy curiosa desde pequeña, a Maria Sybilla le apasionaba tanto el dibujo, como el mundo de los insectos. Puesto que pertenecía a una culta familia de pintores y editores, aprendió el arte de la ilustración, todo un lujo para una niña en aquellas épocas. En el taller de grabado de su padre adquirió las técnicas de dibujo para pintar plantas, flores, frutas y lo que más le atraía: orugas, arañas, larvas, mosquitos.

Como Frankfurt, la ciudad donde vivía, se caracterizaba por su intenso comercio de la seda, no fue difícil para Maria obtener gusanos de seda y criarlos ella misma para poder investigarlos. Con solo trece años, su gran talento y mucha paciencia pudo dibujar todo el ciclo de vida del gusano de seda: la polilla poniendo los huevos, la salida del cascarón de la oruga, el capullo y su evolución y la polilla saliendo de él. Hasta ese momento, siempre se había creído que los gusanos, insectos y lombrices surgían por “generación espontánea” del lodo o de elementos en descomposición. Por lo tanto, el desarrollo acerca de la metamorfosis de las mariposas de Maria debería haber causado un gran impacto. Sin embargo, por desgracia sus ilustraciones iban acompañadas de texto en alemán, en una época en que la comunidad científica utilizaba el latín. También es posible que su descubrimiento fuera ignorado por mucho tiempo por una razón cargada de ironía: sus pinturas eran deslumbrantes, al punto de que eclipsaban sus hallazgos científicos.

En 1679 publicó “La oruga, maravillosa transformación y su peculiar alimentación floral”, su libro con cincuenta espléndidas ilustraciones de mariposas en diferentes fases de desarrollo. Con esta obra, producto de sus años de investigación, se puede decir que comenzó a ser reconocida como naturalista.

Además de ser mujer y una gran artista, extremadamente observadora y meticulosa, había una particularidad que diferenciaba a Maria de los científicos de su época: mientras estos atravesaban a los insectos con largos alfileres para estudiarlos, ella los criaba, como a las orugas, o los examinaba en su propio jardín.

Mientras observaba y pintaba insectos, Maria Merian tuvo tiempo de casarse, tener dos hijas a las que formó como ilustradoras, divorciarse, publicar más libros, viajar a Surinam a sus 52 años para recolectar ejemplares de flora y fauna exótica, prestarle su nombre a mariposas, escarabajos y plantas (honores más que merecidos) y quizás tardíamente ser reconocida como una de las iniciadoras de la entomología y como la primera ecologista del mundo.

Preciosa historia, ¿no cree, estimada Solitaria? Confiada en haber dejado en usted el estimulante aguijón del impulso reflexivo, me despido afectuosamente.

Agalina.

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