2022-04-11

Wallada, la princesa poeta

Estimados: aquí, nuevamente, Agalina con ustedes. Quiero adelantarles que hoy ahondaremos en asuntos casi tan antiguos como la humanidad misma, a propósito de una nueva consulta que he recibido. El mail de esta semana lo firma Wanda, tal el seudónimo que ha elegido para resguardar su identidad. Presa de una mezcla de desconcierto, tristeza e indignación, Wanda me cuenta que descubrió que su novio le ha sido infiel. Y si bien se siente aun aturdida como si hubiera recibido un golpe, sabe con certeza que el cuerpo le pide venganza. Me dice que ya ha hecho una lista de posibles castigos, que solo tiene dudas con una cuestión en particular. Y para ello necesita la palabra sabia de esta consejera sentimental: quiere saber si debe escrachar al infiel en las redes o mantenerlo todo en el ámbito de lo privado.  

Le confieso, querida Wanda, que a veces me sorprendo con los modos y las modas actuales. En mis tiempos las únicas redes que conocíamos eran las de los pescadores. Pero una consultora sentimental eficiente, como Agalina, toma el compromiso de aggiornarse al ritmo de los nuevos tiempos. Por otra parte, pienso que antes y ahora, con tecnologías o sin ellas, los conflictos humanos siguen siendo más o menos los mismos, ¿no le parece? Para probar que los amores, los odios y los despechos no distinguen épocas ni regiones y para intentar ayudarla con sus incógnitas, le voy a contar una historia antiquísima. Nos vamos a remontar a los tiempos finales del Califato de Córdoba, en el territorio conocido como Al-Ándalus, durante la dominación árabe en España. La protagonista: la bellísima princesa Wallada, hija del califa Muhammad al-Mustakfi y de la esclava cristiana Amin’am. Se duda del año del nacimiento de la princesa, que podría haber sido entre 994 y 1010.

Cuando Wallada era muy joven, murió su padre, quien había sido el undécimo califa de la dinastía omeya. Gracias a la herencia que recibió y a las libertades que solo tenían las musulmanas ricas, solteras o viudas, Wallada abrió su palacio y lo convirtió en un salón literario en la Córdoba andalusí. Allí ofrecía instrucción a hijas de familias poderosas, les enseñaba la poesía, el canto y las artes del amor. Wallada era muy culta, ya que su madre Amin’am había sido una esclava cristiana enviada a cultivarse a Medina y se había ocupado de transmitirle una educación muy poco común para las mujeres de esa época. Al parecer la belleza de la princesa era apabullante y se correspondía con el ideal de su tiempo: hermosa figura, tez blanca, ojos azules, cabellos rubios con destellos pelirrojos. Pero además de bella e ilustrada, Wallada era famosa por ser una mujer escandalosa, acostumbrada a mandar, en la calle, en la casa y en la cama. La princesa omeya salía sin velo a la calle y llevaba sus propios versos bordados en los hombros de sus vestidos o en túnicas transparentes. Los bordados del lado izquierdo de sus prendas decían: “Por Alá, que merezco cualquier grandeza/ y sigo con orgullo mi camino”; los del derecho: “Doy gustosa a mi amante mi mejilla/ y doy mis besos para quien los quiera”.

A sus veinte años, Wallada conoció a Ben Zaydun, el hombre que marcó para siempre su vida, en una fiesta poética que ella había ofrecido en su palacio. Él era un noble de excelente posición y el intelectual más elegante y atractivo del momento. Según la costumbre cordobesa de estas reuniones literarias, los participantes competían y jugaban a completarse los poemas. Entre Wallada y Ben Zaydun se dio un enfrentamiento de dos vanidades literarias. Y al mismo tiempo, fue el nacimiento de un amor tan apasionado como turbulento, tan divulgado y famoso como sus versos. Hasta que la infidelidad de él, rompió la magia.

No se sabe a ciencia cierta si Ben Zaydún engañó a Wallada con una esclava o con una alumna de la poetisa. Pero sí han quedado pruebas de los poemas que ella, furiosa, ardiendo en las llamas de la ira, le dedicó. Lo insultaba con toda clase de groserías poco dignas de una poeta e impensadas en esos tiempos, y sus escritos se hicieron tan públicos como había sido el romance. Además, ella se hizo amante del poderoso visir Ben Abdús. Este hombre era rival político y enemigo personal de Ben Zaydun, al que en un momento llegó a meter en la cárcel. Durante aquel cautiverio, él escribió sus poesías más famosas implorando el perdón de ella. Pero nunca le fue concedido ya que Wallada no quiso volver a verlo, ni aun cuando él recuperó la libertad. Este amor tristemente desencontrado cimentó la leyenda, que tiene incluso un monumento en la Córdoba de hoy.

Wanda querida, lectores: me despido, como siempre, confiando en haberlos entretenido y dejándoles la tarea de extraer sus íntimas y profundas conclusiones.

 

Afectuosamente,

Agalina 

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