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Piedra Shotel, un paraje histórico ignorado por la historia

lunes 13 de febrero de 2023
Piedra Shotel, un paraje histórico ignorado por la historia

Por Alejandro Aguado (texto y dibujo)

 

En tiempos pasados, los paisajes de tierra adentro albergaron parajes que fueron vitales para la vida humana. Sitios que, pese a su riqueza histórica, fueron relegados al más absoluto olvido. Solo algunos lugareños memoriosos o curiosos por el pasado, saben de su existencia y su ubicación en el territorio patagónico. El inventario de estos parajes y poblados extintos es abultado. Piedra Shotel, cuya historia se remonta a cientos de años atrás – y posiblemente miles de años- es uno de ellos. Se sitúa en el curso medio del valle del Genoa, a unos 30 kilómetros al sur de las localidades de José de San Martín y Gobernador Costa. Su nombre original era Shotel Kaike, que en lengua de los tehuelches del sur (Aónikenk o Patagones) significa “paradero de las flechas”. Es decir, era uno de los paraderos (identificados como Aike, Kaike, Aik) de las rutas tehuelches que se desplegaban por toda Patagonia y se situaban entre 20 y 30 kilómetros entre sí. En ellos disponían de abrigo, agua, leña y pastizales para sus animales. El topónimo evidencia la antigüedad del lugar. Allí se fueron acumulando capas de sucesos. Por ejemplo, según se rememora, a mediados de 1820 manzaneros (hoy mapuches) atacaron a tehuelches, para rescatar mujeres que les habían secuestrado en inmediaciones del lago Nahuel Huapi. En 1884 se desarrolló el último enfrentamiento de la llamada Conquista del Desierto. Soldados y aliados indígenas arremetieron contra la gente del cacique Foyel, que se encontraba debatiendo en las tolderías si se enfrentarían o no a las tropas. A comienzos del siglo XX fue parte de las tierras que el Estado Nacional le otorgó al gran cacique Sayhueque y su gente. Más tarde fue el asiento de una sucursal de Lahusen, una red de comercios de ramos generales de capitales alemanes. Hay quienes recuerdan que, atraídos por la belleza paisajística del lugar y las destacables comodidades acordes a la época, había quienes lo elegían para pasar sus vacaciones o la luna de miel.

Con el amigo escritor Ángel Uranga visitamos Piedra Shotel una mañana dolorosamente fría del año 2015. Aunque se sitúa a unos mil quinientos metros de la ruta nacional 40, no cuenta con un acceso directo. Los antiguos accesos se borronearon con el paso de las décadas. Se debe ingresar a una estancia vecina y desde allí acercarse por una huella que, en tiempos húmedos, se desdibuja hasta transformarse en una trampa fangosa, producto de un suelo similar a la tundra de tierras gélidas. La arboleda, que desde la ruta se ve pequeña, es un frondoso y extenso bosque artificial de álamos, sauces, pinos y frutales. Lo desplegaron bordeando la margen oeste del valle pastoso por el que serpentea el arroyo Genoa (en épocas pasadas se asemejaba a un vigoroso río) En su mayor parte, la arboleda se desarrolló protegida por un solitario afloramiento rocoso, que es una plataforma ovalada de unos cinco metros de altura que se estira por casi doscientos metros. Donde la roca protege de los vientos del oeste, la vegetación crece vigorosa y sana. Pese a ello, todos se inclinan hacia el este, moldeados por décadas de resistir el embate del viento. Mimetizado entre un frondoso ramerío de viejos sauces, en un suelo esponjoso debido a la acumulación de hojas y ramas, se desplaza mansamente un brazo del arroyo. Fuera del área protegida, los viejos árboles se muestran castigados, con parte de los troncos y ramas caídas, resecos o con la corteza ennegrecida, curtida por la crudeza del clima. En ese sector, se emplazan amplias plateas de cemento que albergaron las dependencias de Lahusen. El reguero de ladrillos y trozos de cemento es abundante. Perduran una elegante chimenea de hogar, escaleras que no conducen a ningún lado, los vestigios de huertos, ruinas de paredes, veredas de cemento y varios huecos de sótanos. En una abertura en la afloración rocosa, que fue cerrada con una pared de piedras apiladas, subsiste lo que pareciera funcionó como una glorieta, y en el techo del extremo norte del afloramiento se yergue una especie de torreta con paredes de piedra. En la altura expuesta de la torreta, andanadas de ráfagas heladas se descargaban desde las montañas nevadas del oeste. La permanencia resultaba inaguantable. Bastaba quitarse los guantes para tomar fotos, que los dedos quedaban duros, congelados. Pese a tantos escombros y ruinas, en el extremo norte permanece en pie una gran edificación rectangular, de material y paredes anchas, con techo a cuatro aguas y cuatro amplias habitaciones interconectadas entre sí. Gracias al aislamiento del paraje, conserva puertas, ventanas, vidrios, desagües, vigas de madera labrada, el cielorraso y el piso de pinotea. Al caminar sobre el piso tan viejo, se combaba con nuestro peso y parecía que de un momento a otro las tablas cederían. Esa construcción, que para su época y en ese lugar podría considerarse como una especie de palacete, era un museo en sí misma. Es una presencia que transporta a otros tiempos.

En el extremo sur de la arboleda, junto a una hilera de álamos, coronando un grueso caño de hierro, una placa del Ministerio de Agricultura – Yacimientos petrolíferos Fiscales indicaba que allí se había perforado en busca de petróleo. Amenaza con cuatro años de prisión a quien la destruya. Por la adscripción al Ministerio de Agricultura, la deberían haber emplazado en las décadas del 20 o 30. Entre tanto, medio centenar de aguiluchos seguían nuestros pasos rondándonos desde lo alto. Era una imagen un tanto intimidante. La vista hacia el sur del valle plano, impactaba de belleza, con el cauce zigzagueante del arroyo que aparecía y desaparecía mimetizado entre los frondosos pastizales.

Un mes más tarde, oscureciendo, pasamos junto a Piedra Shotel camino a Gobernador Costa. Atrajo nuestra atención una gran bola de luz de un intenso color azul dispuesta entre la arboleda y sobre el faldeo de la margen opuesta otra de color rojo. Al día siguiente visitamos una estancia situada a la vera del mismo valle, a pocos kilómetros. Comentamos lo visto y, los empleados con los que compartíamos mate en una cocina, acotaron: “Ah, si, son luces malas, siempre se las ve por ahí”. Para ellos resultaba algo natural y acostumbrado, aunque no se sepa qué son esas luces que deambular por el paisaje. Se las asume como si formaran parte de la fauna regional.

Piedra Shotel fue un sitio donde la naturaleza brindaba recursos naturales necesarios para la vida de los antiguos. Como así también fue un sitio de esplendor económico, de cuando la población residía mayormente en el ámbito rural. Asimismo, también fue escenario de tragedias, de enfrentamientos armados y de la impiadosa imposición del modo de vida de la sociedad occidental sobre la indígena. Fue un oasis en el paisaje estepario. En su historia se resume gran parte de la historia humana de Patagonia, tan ligada a la naturaleza, de los pueblos originarios y los colonos. Hoy descansa en el olvido. Tal vez sea mejor así, para que perdure.

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