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Hablemos de la carga mental

Por Valentina Montero y Mila Francovich (redpsicologxsfeministas.org) / El trabajo doméstico no remunerado está constituido por una tarea aún más invisible: la carga mental que representa para las mujeres e identidades feminizadas la gestión y planificación del trabajo del hogar. Proponemos visibilizar lo invisiblizado para comenzar a pensar en una distribución más justas de los trabajos domésticos y de cuidados.
domingo 16 de octubre de 2022
Hablemos de la carga mental

Desde hace varios años, la economía feminista ha tomado al trabajo doméstico como un concepto fundamental e indispensable al momento de explicar múltiples desigualdades a las que se enfrentan las mujeres en comparación a los varones. Ha logrado evidenciar, por un lado, la situación de precarización laboral a la que se exponen quienes realizan trabajo doméstico remunerado, y por el otro, el valor históricamente invisibilizado del trabajo doméstico que se realiza en el propio hogar y por el cual no se otorga ningún tipo de reconocimiento, mucho menos económico.
El siglo XX representó la salida de las mujeres al espacio público, su acceso al trabajo remunerado y por lo tanto, en muchos casos, el acceso a una autonomía económica. Sin embargo, la división sexual del trabajo según estereotipos de género que han determinado históricamente que los hombres ocupen el espacio público y productivo en un rol de proveedores y que las mujeres sean relegadas al ámbito privado, doméstico y de trabajo reproductivo no remunerado, no ha sido posible de erradicar.
Como plantea la pensadora y feminista italiana Silvia Federici en su libro “Revolución en punto cero”, visto de esta forma, el ingreso de las mujeres al mercado laboral no implicó necesariamente una emancipación y una liberación de las mismas, sino que en muchos casos abrió paso a un nuevo patriarcado. El desarrollo de estas tareas productivas y remuneradas no acompañadas de una redistribución del trabajo doméstico, sentenció a las mujeres a un doble rol: de productoras y reproductoras. A una doble jornada laboral y hasta a una triple en el caso de quienes deciden organizarse o tener participación sindical.
Los datos hablan por sí solos. Solo por mencionar algunos ejemplos, la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizado en 2014 por el INDEC reveló que en Argentina, una mujer ocupada full time dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas) que un hombre desempleado (4,1 horas). También evidenció que 9 de cada 10 mujeres hacen estas labores domésticas (trabajen fuera del hogar o no) mientras que 4 de cada 10 varones no realiza ninguna tarea en la casa, aún estando desempleado. En términos generales, ellas asumen el 76% de estas tareas.

¿Qué es la carga mental y cómo afecta a las mujeres?
“He visto a muchas mujeres empeñarse en limpiar toda la casa antes de sentarse a escribir. Y tú ya sabes lo que ocurre con las tareas domésticas: que nunca se terminan. Es un método infalible para obstaculizar la creatividad de una mujer”.
Este fragmento del libro “Mujeres que corren con Lobos”, ilustra bien esto que queremos decir. La carga mental, como parte del trabajo doméstico no remunerado, es la enorme cantidad de exigencias de logística, coordinación, y previsión de tareas que tenemos las mujeres en el día a día y los malabares que debemos hacer para cumplir con ellas, siempre en perjuicio de nuestro tiempo. No sólo la ejecución de las mismas, sino el pensarlas, organizarlas, aunque más no sea para delegarlas, conlleva una postergación de los deseos, actividades y desarrollo de la vida tanto personal como laboral de las mujeres e identidades feminizadas.
Es por todo esto que, los estudios de género toman el concepto de carga mental con el objetivo de visibilizar la parte más invisible del trabajo doméstico.
Aunque el origen de este concepto se vincula al mercado del trabajo formal y en el inicio tuvo como objetivo explicar la presión cognitiva y emocional como consecuencia de las exigencias del trabajo, no es hasta la década de los 80 que comienza a utilizarse para analizar la distribución de las tareas en el hogar.
Una vez aplicado al ámbito doméstico, este concepto permitió ponerle nombre y visibilizar el peso que conlleva la planificación, gestión y organización de estas tareas. Un trabajo que definitivamente es difícil de cuantificar ya que no consiste en acciones ni puede medirse en tiempo, pero que sin dudas recae y afecta la salud mental de quien lo realiza.
Es cierto que en los últimos años las cosas están cambiando. Como consecuencia de las reivindicaciones de los movimientos feministas, los varones están comenzando a asumir su responsabilidad en el funcionamiento del hogar. Sin embargo, esta redistribución y corresponsabilidad de las acciones en las que hay que “poner el cuerpo”, todavía no son garantía de una igualdad de condiciones y, por lo tanto, de una igualdad en la calidad de vida.
Sin darle muchas vueltas, los ejemplos sobran; aún con una división 50% – 50% de las tareas, la desigual distribución de la carga mental puede estar presente en sus más diversas dimensiones: desde el varón que realiza las tareas que le corresponden pero solo si se lo recuerdan, hasta en el que tiene iniciativa propia pero pregunta cada detalle y pide todas las instrucciones a su pareja, o en muchísimos casos, a su madre.
A partir de lo dicho hasta el momento queda claro que, como consecuencia de los roles estereotipados de género y la asimetría en la división de tareas al interior del espacio doméstico, existe una desigual disposición del tiempo entre varones y mujeres.
Esta marcada desigualdad configura lo que desde una perspectiva de género se denomina “suelo pegajoso”: debido a que el trabajo doméstico, conyugal y/o maternal recae completa o mayoritariamente sobre las mujeres, se crea una adhesividad de estas al espacio privado, impidiendo el desarrollo de una carrera laboral o cualquier realización personal fuera del ámbito familiar y de la imposición de su rol de mujer – madre.
Comprender el concepto de suelo pegajoso nos ayuda a entender que esta carga cognitiva no se presenta simplemente como un extra al momento de realizar actividades del hogar. A diferencia de las acciones en sí, su presencia es constante, profundizando la desigualdad de condiciones entre hombres y mujeres en todos y cada uno de los ámbitos en los que se desarrollan. La pregunta se responde por sí sola si pensamos: en comparación con los varones, ¿es igual el desempeño laboral de una mujer que mientras se encuentra en su jornada también está pendiente de lo que hay que incluir en la próxima compra del súper, en que desde la escuela le pidieron cartulinas a sus hijos/as o en que antes del 10 tiene que pagar el alquiler y miles de etcéteras? O si al mediodía la llama su pareja, porque está a cargo del almuerzo y de poner el lavarropas, pero necesita saber cuántas tazas para tres personas y cuánto jabón calcular para un lavado.

“Me lo podías haber pedido”

El trabajo doméstico se ha naturalizado como si fuera una vocación femenina. La carga mental, dividida entre el trabajo de gestión y el trabajo emocional, no es gratis. Mantenerla invisibilizada significa negar que esta también es una actividad indispensable para el funcionamiento de la vida productiva, y que recaiga sólo sobre un grupo de la sociedad y de manera gratuita es lo que justamente persigue el sistema capitalista y patriarcal en el que vivimos. La carga mental no solo genera más barreras y desigualdades económicas para las mujeres, sino también adiciona un costo en nuestra salud integral y en nuestra calidad de vida.
¿Cómo se mide ser el sostén afectivo? ¿Queremos realmente cuantificar el costo de ser quien escucha, comprende, atiende y contiene en un hogar? Como plantea Mercedes D’Alessandro, ¿Queremos mercantilizar los cuidados? ¿Queremos que la lógica de la búsqueda de la ganancia entre en los hogares?
Nuestra apuesta está en seguir trabajando para cuestionar y romper con la división sexual del trabajo y resignificar este ámbito de lo doméstico. Seguir construyendo una organización social de cuidados en la cual sean distribuidos equitativamente entre quienes integran un hogar y los mercados, comunidades y el Estado, acompañado de políticas públicas que promuevan la participación de todas las personas que componen una familia, tanto en la ejecución de los trabajos domésticos, como en la planificación y contención de la misma.

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