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Una mirada interna

“Enseñemos a perdonar, pero enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente”

Frase de José Ingenieros
miércoles 28 de julio de 2021
“Enseñemos a perdonar, pero enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente”

El columpio de la siempre contradictoria realidad, con su irrefrenable ir y venir de antojadizas indefiniciones, potencia esa atmósfera de crispación que avanza resquebrajando la estructura cotidiana.
El hombre, transformado estadísticamente en un número, socialmente en un engranaje, políticamente en un votante, queda desnaturalizado de su esencia y escindido de sí mismo, desdoblándose, como parte de un sistema que hace estragos en su unicidad y lo pincela con la tonalidad tan difusa como abarcativa de la masificación.
El hombre pleno, consciente de sí mismo, caminador de su historia, sostenedor de su valía, buscador de respuestas en un trayecto de una fugacidad temporal que asume y valora, para construir con sus aciertos y errores su enriquecedora experiencia de vida, parece condenado a ser otra especie en extinción…
“El hombre y su circunstancia”, al que hacía referencia Ortega y Gasset, atrapado en su propia historia, enredado en su propio hilo, embarullado con su propio barullo exterior e interior, envenenado con su propio veneno, extraviado en su propio desvarío…
Pero, sin embargo, en tantas ocasiones, soñador de grandes utopías, realizador de esfuerzos inimaginables para alcanzar proyectos impensables en bien de los demás, insistente, tenaz, inclaudicable ante los ideales…
Es que cuando el alma sale a escena, marca la diferencia, transformado al hombre, en el Hombre, ese con mayúsculas, que se cierra a las voces exteriores que lo limitan y decide escuchar solo las interiores que lo elevan.
El hombre, con sus miserias, caminando paso a paso, junto al hombre con sus grandezas ¡y teniendo que optar con qué pasos avanzar!
Antonio Porchia decía: “Lo indomesticable del hombre, no es lo malo que hay en él, es lo bueno”.
¡Creo que esa es la gran esperanza de la humanidad! ¡Lo bueno del hombre, destinado a ser inmodificable! Como una semilla, salida del código genético de la eternidad, destinada a brotar en el corazón del hombre, ineludiblemente, en algún momento de su historia terrenal. Contra todos los avatares, contra todos los vaticinios, más allá de cualquier pronóstico, el hombre condenado a ser bueno por su esencia atemporal. ¡Qué lindo pensarlo! ¡Qué grandioso imaginarlo! ¡La semilla de lo inmodificable brotando en el corazón de los hombres!
Habrá que trabajar mucho la conciencia individual para llegar a aceptar que solo desde la unión social, y no desde las divisiones, el odio y el rechazo, se podrán proyectar, planificar y alcanzar las metas que pongan al pueblo de pie, dignificándolo. Sabemos que lo opuesto al odio es el amor… Si este se pudiera provocar, como dice Eduardo Galeano en el “Libro de los Abrazos”, “dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café, o la sopa, o en el trago…” sería maravilloso… ¡y muy cómodo! Tanto, como imposible de lograr por ese medio.
Hay demasiadas heridas sociales que deben dejar de sangrar, primero, y de doler, después, para iniciar la sanación en un espacio de tiempo que será tan inestimable como impredecible.
Lo único cierto es que para el logro de la unión social se debe comenzar con un inicio, como todas las cosas, y luego avanzar, paso a paso, hacia su concreción.
Por lo pronto, el inicio no se avizora, los pasos sociales se presentan como imposibles de desenredarse, y los comportamientos comunitarios arrecian de falta de consideración y respeto a los demás. En el cuadrilátero social se perpetúa el enfrentamiento de “lo que es” contra “lo que debería ser”. Lo que en palabras del poeta Rumi sería “… “Lo que es” solo acepta lo que es, no lo que parece ser…”.

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