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Una mirada interna

“El centro de tu corazón, donde la vida comienza, es el lugar más hermoso de la tierra”

lunes 12 de julio de 2021
“El centro de tu corazón, donde la vida comienza, es el lugar más hermoso de la tierra”

El sentido inaugural de cada día, con sus 24 horas de posibilidades nuevas, a estrenar, se ilumina con el sol de las preguntas que buscan poner a la cotidianidad en perspectiva y llevarla al banquillo de los acusados…

¿Es lo mismo inaugurar un día con sus efímeras 24 horas, iluminado por los fulgores del alma, que hacer del mismo -y de los siguientes- una repetición constante y sistemática de los anteriores?

Ese dejar escapar la vida en una sucesión irrefrenable de malestares y angustias de todo tipo determinada por circunstancias que nos conducen al mismo callejón sin salida, una y otra vez ¿es de necios, imprudentes, irreflexivos, o lisa y llanamente se trata de “la costumbre que nos teje diariamente una telaraña en las pupilas? como decía Oliverio Girondo.

Nuestra realidad, cada vez más poblada de espíritus alicortos, de pasos taciturnos y mentes errantes, transforma a las mayorías en “funámbulos” sociales, todos haciendo equilibrio en la cuerda floja cotidiana. La pregunta, entonces, sería: ¿hasta cuándo se puede desmenuzar la realidad en migajas humanas? ¿Hasta cuándo la fuerza gravitacional de lo exclusivo y de lo excluyente impulsarán las aguas sociales que se alejan regresando como oleaje, golpeando su deteriorada costa y desmoronándola más y más…?

Las 24 horas inaugurales de cada día, condenadas antes de nacer, no pueden desplegar su mágica propuesta, su hechizo irrefrenable, siendo invisibilizadas por las respectivas circunstancias que nos hacen desviar la mirada hacia lo urgente y perentorio de la subsistencia cotidiana.

¡Y la vida se va!... escapándose entre los pliegues de la rutina cotidiana. ¡Y la vida se va! Finaliza tan rápido el tránsito individual en este recorrido temporal…

Sobre el hombre y su finitud, César Vallejo afirmaba: “qué jamás de jamases su jamás”.

Tenemos el inicio del transcurrir humano y el punto final a su transcurrir. ¿Y en el medio? ¿Con qué rellenamos nuestro espacio vital, exclusivo, y singular?

Parece que nuestro relleno existencial se limita a: “nada más que un infinito de esperas y el final de un infinito de esperas. Nada más”, al decir de Antonio Porchia.

Sería esclarecedor, me parece, que cada uno pudiera reflexionar seriamente sobre qué destino le está dando al tiempo de viaje que la vida le ha concedido generosamente… ¿qué ideas lo animan, qué emociones lo movilizan, qué proyectos sostienen la cruzada existencial en que -le guste o no- está involucrado?

George Bernard Shaw escribió: “La vida no es para mí una vela pequeña. Es una especie de antorcha espléndida de la que me he apoderado por un instante, y deseo hacerla brillar lo más posible, antes de pasarla a las generaciones futuras”.

Pensar en uno, en términos de luz y, además, en las generaciones futuras, nos habla de conciencia, de un despertar de ese aletargamiento existencial donde el individualismo sentó sus dominios y siempre busca tener “coronita”. Pensar y pensarnos como seres originales, únicos, con un potencial de maravillas para desplegar y como los auténticos poseedores de la llave que guarda nuestros tesoros innatos.

Tal vez, meditar en qué consiste la “antorcha” que pasaremos a las generaciones siguientes, nos sirva de punto de apoyo para pensar, muy seriamente, en los resultados de la cosecha futura basada en lo que estamos sembrando cada día y cómo, de ella, surgirán las luces y sombras que oscurecerán o iluminarán el porvenir. Sobre todo, teniendo en cuenta, que en las generaciones siguientes se encontrarán nuestros hijos y nietos…

 

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