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Choiquenilahue, un sitio clave en la historia del sur de Chubut

Por Alejandro Aguado - Texto e ilustración
lunes 22 de agosto de 2022
Choiquenilahue, un sitio clave en la historia del sur de Chubut

Tierra adentro existen parajes que en el pasado fueron muy importantes para la vida humana, pero cuya existencia fue olvidada. Uno es Choiquenilahue. Perduró el topónimo en lengua mapudungun, pero que es una traducción del original “O`oiu kei”, voz tehuelche que significa “vado o paso del avestruz”. Se refería a un sitio para cruzar el río Senguer. Posteriormente se lo utilizó para referirse al paraje lindante. Consiste en un valle recto de 10 kilómetros de largo por 3 de ancho, de fondo plano, pendiente suave, de laderas empinadas que hacia el sur aumentan de altura. En ese espacio confluyen el río Senguer y los arroyos Genoa y Apeleg, los que a principios del siglo XX se asemejaban a ríos caudalosos y que en la actualidad se secan en verano. En el extremo sur de Choiquenilahue, el río Senguer, hasta entonces impetuoso y de aguas transparentes, describe una abrupta curva en dirección al sur y sus aguas se vuelven perezosas y por momentos turbias. En ese codo se concentran los últimos islotes de bosques de ñires. Acompañan el curso del río Senguer por más de cien kilómetros de distancia, desde su nacimiento en la cordillera de los Andes hasta el corazón de las mesetas. Una rareza. Hoy, en las alturas planas de la margen este, se tiende la ruta nacional 40 y en la parte media al valle lo atraviesa la ruta que conduce a Alto Río Senguer.

Por medio de fotos tomadas entre fines del siglo XIX y principios del XX, y testimonios legados por exploradores nacionales y extranjeros, se sabe que era utilizado como asentamiento semi permanente o campamento de tolderías tehuelches. En 1883, allí encontraron refugio 60 tehuelches que lograron escapar de las tropas del ejército argentino tras el combate de Apeleg, el penúltimo de la mal llamada “Conquista del Desierto”. Pese a ello, a los pocos días fueron tomados prisioneros y conducidos a pie hasta Valcheta, en Río Negro, distante unos 600 kilómetros de distancia. Según narraron los sobrevivientes, a los que se cansaban, de un sablazo les cortaban los tendones detrás de las rodillas, y los dejaban librados a su suerte.

Desde tiempos remotos, el valle oficiaba de asentamiento y punto de encuentro e intercambio entre tribus de las varias parcialidades tehuelches (Aoni Kenk y Gununa Kune) y pueblos culturalmente mapuchizados (de allí la traducción del topónimo al mapudungun). En esos parajes se escuchó hablar en al menos tres lenguas indígenas.

Hacia fines de 1890 Eduardo Botello, explorador del Museo de la Plata, se estableció en el valle al formar familia con una de las hijas del cacique tehuelche Manikeke. Se transformó en el primer colono del sur de Chubut. Sus primeros clientes fueron los 300 tehuelches que residían en los alrededores, a los que se fueron sumando exploradores, colonos y manzaneros (hoy mapuches) despojados de sus tierras en el norte de Patagonia. El paraje sumó importancia al transformarse en una encrucijada o un nudo comunicacional.  Los viajeros que se movilizaban a caballo o en carros, en el comercio de Botello accedían a alojamiento, comida y provisiones. Debido a la abundancia de agua y pasturas, confluían grandes arreos de vacunos, caballares y ovinos.

Durante varios años, de forma intermitente, pude recorrer el valle de Choiquenilahue. Observado desde alguna de las rutas, el paraje aparenta ser un lugar entre tantos otros similares del territorio patagónico. Adentrándome en su geografía, entre sus bosquecillos de arbustos, en sus áreas de coironales o nutridos pastizales, los secretos atesorados salieron a la luz: picaderos o talleres líticos donde los antiguos fabricaban sus herramientas de piedra, aún reconocibles antiguos asentamientos de tolderías, restos de viviendas derruidas por el tiempo, gigantescos y olvidados carros que se utilizaban para el transporte de lana y que aparentaban ser dinosaurios entregados a un descanso eterno, exuberantes arboledas artificiales o bosquecillos de ñires, cascos de estancias y puestos en uso o abandonados, edificados entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Lo conocí con los cursos de agua a pleno, verdeando sus contornos, resplandecientes de belleza natural. Como así también secos y polvorientos.

Reconstruyendo la historia de vida de Eduardo Botello, llegué hasta sus nietos, los hermanos Emilio y Gregorio Botello. Residían en la intacta y confortable vivienda edificada por su abuelo en 1901. Mantenían viva la memoria, costumbres y prácticas de sus ancestros tehuelches, los Manikeke-Sapa. Me confirmaron que por vía materna, en esa región mis raíces se remontaban varios centenares de años atrás y que éramos parientes lejanos. El parentesco motivó que me hicieran conocer la tumba de Eduardo Botello, el chenque del cacique Manikeke y el asentamiento del toldo del cacique. También los visité con mi abuela materna, a quien comenzaron a llamar “Tía”. Me hicieron sentir parte del lugar y encontrar sentido a la atracción que me generaban esos paisajes. No podía dejar de volver, hasta que sus muertes me llevaron hacia otros destinos.

En Choiquenilahue la presencia de seres fantásticos es muy intensa. Según los testimonios de pobladores hoy en día se ve al ser de aire que es el Viento Vivo, una especie de guardián de la memoria indígena. Los inquietos seres que son bolas de luz, mal llamados Luz Mala. A los que se suman las sugestivas presencias del Inchimallen o Chimallén y El hombre de Negro. En las noches o en los días de viento, se suelen escuchar voces de peleas, de multitudinarias fiestas o de cantos producto de ceremonias rituales indígenas. Emilio Botello, por ejemplo, hasta sus últimos días se adentraba a caballo en el valle para practicar ceremonias rituales tehuelches. Es un paraje que quedó “cargado”.

Choiquenilahue, debido a su ubicación como parte de antiguas rutas y sus riquezas  naturales, congregaba a los habitantes de la región que residían mayormente en el ámbito rural. En el valle comenzó la colonización del sur de Chubut. Como así también por allí transitaron y residieron quienes hoy integran el inventario de personalidades de la historia nacional y regional. Son pocos los lugares con tal riqueza histórica, originado en hechos, personalidades y pueblos de diversas culturas. Visto al pasar, sólo se trata de “campo”, pero es una apreciación muy alejada de la realidad. 

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