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La Confluencia (del río Mayo en el río Senguer)

Por Alejandro Aguado  / Texto e ilustración
domingo 26 de junio de 2022
La Confluencia (del río Mayo en el río Senguer)

Nunca fue mi intención conocer la totalidad de la sierra San Bernardo. Sin embargo, adentrándome en su geografía para acceder a lugares específicos, recorriéndola por tramos por sus caras oeste y este y la zona central, en el transcurso de 20 años la conocí casi en su totalidad. Situada en el suroeste de Chubut, a 200 kilómetros de la cordillera de los Andes y a 150 de la costa atlántica, se extiende con orientación norte-sur por casi 140 kilómetros. En su parte más ancha promedia los 35 kilómetros y presenta elevaciones cuyas mayores alturas rondan los 1100 metros sobre el nivel del mar. Combina una superposición de estratos geológicos de tierras de estepa, áridas y multicolores con afloramientos de roca basáltica. Fueron años de transitar antiguas rutas y huellas que se despliegan por su geografía, ascender a pie los cerros de mayor altura y redescubrir los vestigios de los habitantes milenarios y el del tiempo de los colonos. Muchos de los caminos y huellas fueron parcialmente inutilizadas por el clima o interrumpidas por tranqueras cerradas con candado y, acceder a algunos lugares demandaba planificación y dar grandes rodeos. Cuanto más conocía, más me atrapaba la variedad de paisajes insospechados. Es un mundo en sí mismo. 

A comienzos de 2022 me faltaban conocer 30 kilómetros del sur de la sierra. Me condujo una ruta vecinal en pésimo estado, trazada al pie de la cara este y que une gran cantidad de cascos de estancias. Hacia el sur la sierra decrece en altura, se angosta y los cerros de roca basáltica son reemplazados por otros de rocas terrosas, de tonos pasteles, verdes, naranjas y rojizos. Son cerros cuyos plegamientos se recostaron apuntando al cielo, de los que sobresalen especies de murallas y salientes desvestidas, labradas por el viento. Resulta un paisaje muy peculiar y atractivo. Cerca del extremo sur, una huella atraviesa sus alturas y conduce hacia la cara oeste. Pese a que este sector es el más bajo y angosto, la huella se tiende por las pendientes en curva y contracurva más pronunciadas de toda la sierra. Ascendiendo, a un lado de la huella, junto a un manantial seco y grandes arbustos espinosos, perduran los restos de una vivienda con paredes de piedra que en 1930 utilizaron operarios petroleros de la empresa estatal YPF. Allí practicaron una perforación exploratoria, que luego reiteraron en 1974. Alcanzada la cresta de la pendiente se observa a unos miles de metros, la profunda hondonada del cañadón por el que se desplaza el río Senguer, y lejos, planicies monótonas que se estiran hacia el oeste.

Una vez del otro lado, por el buen estado de la huella que se tiende por tierras relativamente planas, se avanza sin sobresaltos a una velocidad regular. En cierto momento optamos por una huella que nos alejó de nuestro destino y nos llevó hasta la vecindad del río. Nos detuvimos junto al filo del altísimo faldeo del cañadón, del que se descolgaban profundas grietas. Al río se lo apreciaba ancho aunque con su caudal algo disminuido, dejando al descubierto extensas playas e islotes. Al pie de la margen opuesta se sitúa un casco de estancia rodeado de arboledas. Retornamos a la huella principal. En el casco de la estancia La Helvética nos recibió Alejandro Mouzet, su propietario. El vistoso conjunto de las instalaciones y arboledas del casco, tiene en torno abundantes manantiales, mallines y manchones de pastizales, en un sector protegido del viento por hondonadas y un enjambre de pequeños cerritos pedregosos, en torno a los que se despliegan tupidos bosquecillos de arbustos. Detrás, hacia el norte, se despliega la mole del cerro más austral de techo de rocas basálticas, cuyas alturas se elevan hasta los 950 metros. El sitio para establecer las instalaciones fue muy bien elegido por la abundancia de agua y la protección natural contra el áspero viento proveniente del oeste que se descarga de forma directa.   

 Continuando por la huella, de nuevo por tierras planas, bordeamos dos antiguas pistas de aterrizaje de 600 metros de largo y 20 de ancho cada una, trazadas en forma de “L”. Décadas atrás las trazó el pionero de la aviación patagónica Casimiro Szlapelis, un personaje cuya historia y obra nunca dejan de sorprender. Aunque la presencia de las pistas de tierra puede desconcertar por situarse en un paraje tan aislado y solitario, está dentro de la ruta aérea que solía utilizar para unir las localidades de Sarmiento y Alto Río Senguer. En los días en que el viento soplaba con furia, con su pequeño avión debía dar un gran rodeo bordeando la sierra hacia el sur, y desde el Codo del Senguer continuar hacia el norte. Según contaba el propio Casimiro, al intentar atravesarla a lo ancho enfrentando al viento, el avión permanecía estático, a la vez que las corrientes de aire lo elevaban, o bien lo empujaba de regreso a Sarmiento. Pese a las décadas transcurridas y a su falta de uso, las pistas se notaban con claridad. Nos detuvimos algunos kilómetros después, inmediatos al filo de una ladera a pique. Nos encontrábamos a 100 metros de altura respecto del valle. Delante se desplegaba una panorámica de un paraje muy difícil de conocer y acceder: la confluencia del río Mayo con el río Senguer. Disfrutamos la vista protegiéndonos detrás de los vehículos de un feroz ventarrón, que arrastraba gotas de una lluvia que se descargaba a kilómetros de distancia, hacia Río Mayo. Abajo se desplegaba la unión de los cañadones de los ríos y el valle pastoso y arbolado en el que confluyen. Coincidía con lo registrado en 1890 por los exploradores del Museo de La Plata, Mohler, Botello y Steinfeld , quienes descubrieron el lago La Plata. Los dos últimos fueron los primeros colonos del suroeste de Chubut, al que describieron como “de muy abundante vegetación”.

Hacia el norte el cañadón del Senguer se alejaba zigzagueando entre altos cerros y a la derecha se internaban en la sierra multicolores paisajes lunares. El cuadro resultaba magnético e invitaba a contemplarlo ignorando el mal clima. Antiguamente se podía acceder al lugar por una huella que costea el cañadón y el río desde el norte, pero fue cortada en tramos por zanjones labrados por las lluvias. Aún se notaba el dibujo de su trazado. Retornando al casco de la estancia nos alcanzó la lluvia que se descargaba con intensidad, acentuando los colores ocres del paisaje de estepa. En torno al casco se intensificaba el verdor del suelo, como si se tratara de un paisaje cordillerano.  El aire frío y húmedo se impregnó del aroma de plantas y arbustos.  Retornando al paso en las alturas, el sol rasante contrastaba con luces y sombras las peculiares formas de picachos aserrados de ese tramo de la sierra. Una vez alcanzada la cara este nos envolvió una noche espesa y helada. Resultó interminable recorrer los 50 kilómetros en pésimo estado hasta la ruta de asfalto que nos conduciría hacia Sarmiento. De recuerdo del andar por ese tramo, a la camioneta le quedó el soporte roto de un amortiguador.

Tras conocer ese sitio de enclave casi secreto, como es la confluencia de los ríos y ver desde lo alto el verdor que generaban a su paso, perturbaba saber que su caudal resultaba insuficiente para dar vida al lago Colhue Huapi y que peligraba su vecino lago Musters. Aún faltaba acceder a las costas del río.

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