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Ariel Sánchez, la nueva masculinidad

Por Lucía Mancuso y Telemaco Subijana (INADI) / “Si queremos erradicar la violencia, debe quedar claro que la categoría varón es parte de una estructura política que promueve jerarquías y exclusión”.
lunes 05 de diciembre de 2022
Ariel Sánchez, la nueva masculinidad

Ariel Sánchez es Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es Profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), donde también cursa el doctorado en comunicación. También es miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social (MasCS) y Coordinador del Centro de Producción, Formación e Investigación en Masculinidades, Comunicación y Género (FPyCS - UNLP). Actualmente es Director de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género del Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires.

Para comenzar, contanos ¿Qué es la discriminación de género y qué es la masculinidad hegemónica?

Cuando se piensa en discriminación por razones de género (o en las distintas formas de exclusión por razones de género), en primer lugar, es importante mencionar el modo en que el dispositivo de género produce jerarquías sexuales y de género. Pone a ciertas posiciones en condición de superioridad respecto a otras
Históricamente hubo un establecimiento entre lo masculino y lo femenino de manera binaria: se ligaba lo masculino al “hombre” (aquí destaco este término de manera intencional y luego explicaré por qué) y lo femenino a la mujer. Es decir, en términos dicotómicos.

Hoy podemos pensar en jerarquías sexuales y de género. Y ahí es donde se advierte un vínculo con el concepto de masculinidad hegemónica. Se trata de un concepto paraguas, que permite entender una estructura de ordenamientos sociales (y específicamente de ordenamientos sexuales y de género) que pone en situación de privilegio a quienes la sociedad considera que así lo merecen. Por su parte, son puestas en condición de inferioridad otras personas; que pueden no cumplir esos mandatos que establece este ordenamiento por diferentes razones: porque la sociedad considera que sus cuerpos no son los que deben ejecutar esos mandatos; porque sus expresiones de género no se condicen con los mandatos de la masculinidad ligados a la fortaleza, a la potencia.

En este sentido, es importante explicar que para el ordenamiento social varón “a secas” es el varón cis heterosexual. De ahí es donde salimos del binarismo y desplegamos estas discriminaciones por género en algo más complejo, que involucra a las asignaciones de sexo, las identidades de género percibidas por las propias personas, pero también a los modos en que se actúa cotidianamente y a quien se desea.

En este marco, el patriarcado es la estructura social que produce jerarquías sexuales y de género, al tiempo que fabrica jerarquías, produce exclusión: en términos de negación de derechos, de considerar una vida vivible o no, de generar condiciones de superioridad de una vida sobre otras.

En definitiva, la masculinidad hegemónica -como dispositivo de poder-, produce jerarquías que hasta van a definir quién es más o menos humano. En este sentido está vinculada a la discriminación en tanto fenómeno social que, como primer procedimiento de actuación le quita la categoría de humanidad a las personas para legitimar las prácticas de exclusión y de exterminio.

¿Qué se contrapone a la masculinidad hegemónica? ¿La masculinidad es un concepto variable, polisémico o hay que hablar en plural?

No sé si hay un concepto que la contrapone, no me atrevería a señalar un nombre. Porque la masculinidad puede habitarse a través de miles de nombres. Sí está claro que la masculinidad hegemónica (o normativa) es una estructura de poder más que algo que está habitando en cada una de las personas. Está más allá de la empiria, nos es que vamos a ver de un lado a una masculinidad hegemónica y, en otro, a otra masculinidad hegemónica. Lo que vemos son estructuras sociales funcionando: tramas, guiones de género, pactos invisibilizados, jerarquías.

Entonces, su contraposición tiene que ver más con formas de habitar en este mundo que vayan difuminando, desarmando, esos mandatos de la masculinidad hegemónica. A esto algunas personas lo llaman otras masculinidades, pero también podemos pensar cualquier categoría que desarme esos privilegios.

Se habla de masculinidades antipatriarcales, disidentes, alternativas. La más mercantil es la de nueva masculinidad, con la que no estoy de acuerdo porque no va en línea con el concepto de masculinidad hegemónica -que busca poner en evidencia que siempre hay una relación de poder, que no hay un esencialismo. La masculinidad no es un arquetipo fijo con determinadas características que excluyen a quienes no las cumplen. ¿Por qué? Porque en cada época va cambiando lo que se exige para seguir reproduciendo esa estructura de poder. Entonces, pueden aparecer inclusive elementos novedosos que podrían formar parte de la nueva masculinidad pero que no necesariamente ponen en discusión lo importante: la relación de poder, las relaciones de desigualdad y de opresión.

En definitiva, no es posible señalar un concepto que contraponga a la masculinidad hegemónica pero sí pensar en ir desarmando esas jerarquías y producir otras que no tengan a la vulneración como eje constitutivo o estructurante.

¿Cómo explicás la actual instalación del tema?

Si bien los feminismos y los movimientos de diversidad sexual tienen mucho tiempo, durante los últimos años venimos con una escena social conmocionada. Este escenario no solo se debe al reconocimiento de ciertos derechos sino también a su impacto en la vida cotidiana: hoy no hay espacio (laboral, educativo o político) en donde no se haya puesto en evidencia el funcionamiento de estos mandatos. De ahí la necesidad de desarmarlos con toda la resistencia que trae aparejada.

Los estudios de masculinidades también tienen muchos años. Sin embargo, recién ahora empiezan a aparecer como una novedad. Y me parece que tiene que ver con esta escena social conmocionada en donde se pusieron en jaque ciertos pactos de género y sexuales que parecían naturalizados. Y más allá de las resistencias, creo que no hay vuelta atrás.

En la actualidad, se evidenció mucho ese modo naturalizado de andar que ni siquiera aparecía como marca de género, que es el de la masculinidad hegemónica. Esto es importante, porque lo que lo hacía funcionar como dispositivo de poder era justamente su invisibilidad (sin marcas, como un modo natural de ser). Todo esto se puso en jaque en los colegios, en el trabajo, a través de acciones punitivas y con desarmes cotidianos. Porque si queremos erradicar la violencia, debemos pensar en el núcleo desde donde se construyen las jerarquías. De ahí el patriarcado y la masculinidad normativa como elementos a repensar.

En este marco, hay espacios feministas y de las diversidades sexuales y de género que se vienen pensando desde hace mucho tiempo como sujetos políticos. Sin embargo, los varones (los varones cisgénero y heterosexuales) no se han pensado de tal forma. Y esto es importante aclarar: los hombres, en términos universales, siempre se consideraron sujetos políticos. Pero para llegar a ser varón -y ser reconocido como tal-, ha habido trayectorias históricas. Eso es lo que hoy se pone en evidencia. La categoría de varón, generizada o atravesada por una performance de género, no había sido politizada hasta hoy.

Esto es lo que hay que salir a politizar. Nuevamente, si queremos erradicar la violencia, debe quedar claro que la categoría varón es parte de una estructura política que promueve jerarquías y exclusión. No solo lo son las categorías identitarias que han sido excluidas. Gays, lesbianas, trans, mujeres, siempre han politizado su identidad, sobre todo desde la exclusión; han tenido que hacer una propia trayectoria de reconocimiento de sus identidades. Esto de “lo personal es político” tenía que ver con eso, con politizar las trayectorias personales; lo que supuestamente formaba parte del mundo de lo privado, que era cómo me constituyo. Los varones han hecho política toda su vida, pero no han politizado su construcción identitaria. Eso es lo que los feminismos y los movimientos de diversidad sexual han puesto en jaque. En algún punto, “hacen desnudar al rey”.

En este contexto, ¿Pensás la identidad masculina para la igualdad como performativa?

Sí, considero que es fundamental. Jack Hallberstam, autor del libro “Masculinidad femenina”, dice que la masculinidad solo se vuelve inteligible cuando aparece por fuera del cuerpo de un varón blanco, cisgénero y heterosexual (y ahí podemos agregar cuestiones de clase). Pero solo así se puede ver como marca, por ejemplo, cuando alguien dice: “mirá, ahí va una mujer muy masculina”. Entonces, lo que alienta una masculinidad para la igualdad es empezar a poner en evidencia esa marca. Y al hacerlo, desarmarla, porque es el núcleo duro de la estructura de poder. Los varones nunca han hablado de sí mismos en tanto varones; han hablado en tanto sujetos universales, como el grado cero de la humanidad.

¿Cuál es el estado del arte de los estudios de masculinidades?

Los primeros estudios surgen en Australia, Estados Unidos y Europa. En América Latina, poco más tarde, en la década del 90. Entre esos estudios, hay que mencionar el de Raewyn Connell, que desarrolla el concepto de masculinidad hegemónica. También destaca Michael Kimmel, trabajando sobre homosocialidad masculina.

En este sentido, si bien comienzan vinculados al feminismo -a los estudios de género-, comienzan a tener cierta autonomización. Y esto, en algunos casos, provocó que se empiecen a perder algunas preguntas, sobre todo aquellas vinculadas al poder.

Los primeros desarrollos habían comenzado a darse relacionados al ejercicio del poder por parte de quienes ejecutaban estos mandatos (y a pensar estas estructuras de poder y vulneración), pero fueron orientándose hacia lo más identitario: cómo los varones construyen su propia identidad, relatos autobiográficos, atravesamientos de biografías de género, etc., que sirvieron para poner en evidencia esas trayectorias. Pero con el tiempo, considero que fueron perdiendo esa ligazón con el feminismo, que era la discusión con el poder.

En definitiva, no se puede generalizar y decir que todos perdieron ese eje de análisis, pero se ha generado cierto espacio institucionalizado más orientado a las trayectorias identitarias. Incluso este cuestionamiento puede contener a los estudios culturales en general, que van desde la tradición de la escuela británica de la Universidad de Birmingham (vinculada al marxismo y a las preguntas por el poder, pasando por Stuart Hall, pensando las identidades, pero siempre en relación con lo dominante) hacia trayectorias culturales por fuera de las dimensiones del poder y de lo social. Con los estudios de masculinidades, especialmente durante la década del ´90, ocurrió algo similar ante esta automatización. Crecieron y se puso en evidencia que esa categoría de hombre en realidad tenía una marca de género atravesada, pero se fueron preocupando más por la construcción identitaria. Inclusive por los costos que tenía sobre los varones cis heterosexuales el cumplimiento de esos mandatos más que por los efectos nocivos y de las relaciones de poder. Es decir, fueron perdiendo en análisis relacional. Sin embargo, durante los últimos años, se empezó a revisar el eje de análisis a la luz de esta cercanía con los feminismos y movimientos de diversidad sexual.

Por otro lado, también hay discusiones al interior, sobre todo de quienes hacen estudios de masculinidad por fuera de pensar simplemente a los varones cis heterosexuales (de desligar la masculinidad de quienes han sido asignados como varones).

Entonces, hay cada vez más generaciones de esos espacios que están por fuera de las tradiciones de estudios sobre masculinidad y que han empezado a inquietar, a desarmar. Si ya dijimos que la categoría varones es una categoría construida, entonces ¿Por qué seguimos hablando de varones cis heterosexuales simplemente para pensar en quiénes habitan la masculinidad? Si desde hace más de 60 años se piensa al género como una construcción, ¿Por qué seguimos cimentando esa ligazón esencialista entre un supuesto sexo y un género? Esto es algo que se ha reproducido desde los estudios sobre masculinidades y los feminismos; y vienen a poner en cuestión quienes hacen desde el activismo o las epistemologías trans -desde los modos de ver y pensar el mundo que vienen a desarmar el cissexismo dentro de estos estudios.

En suma, considero que recuperar esas ligazones politizadas implica recuperar esas inquietudes, que eran parte de las tradiciones de los primeros feminismos. Inquietar lo universal. Por mi parte, confío en que lo que se está generando vuelva a recuperar esa pregunta por el poder (que nos importa pensar la masculinidad “a secas” porque importa pensar esa estructura de poder). Se trata de pensar el modo en que miramos, la manera en que deseamos, en cómo estamos atravesados por esa estructura patriarcal. Al mismo tiempo, habilitar y potenciar otros modos de habitar masculinidades que no necesariamente van a venir en cuerpos de personas que fueron asignadas como varones al nacer.

¿Cómo se organiza el movimiento de varones por masculinidades no hegemónicas y cómo es la articulación con los feminismos y movimientos de diversidad sexual?

El diálogo es tensionante porque politizar la categoría de varón implica hacer todo lo contrario a lo que venimos haciendo en tanto varones en la sociedad. Conlleva salir del espacio público político e ir a politizar la vida privada. Considero que aún hay resistencias por esa indistinción, por el interrogante de si se está buscando reconocimiento o no.

Por otro lado, veo más experiencias de trabajo de varones que se deciden repensar. Y la mayoría surgen de espacios feministas, ya sea por organizaciones o vínculos personales (grupos de varones que se reúnen y tienen alguna ligazón con los feminismos o los movimientos de diversidad sexual).

En un principio, muchos espacios han sido motorizados por varones que han sido excluidos de la categoría varón. Actualmente, eso se está abriendo, hay cada vez más varones cis heterosexuales que nunca habían pensado sus trayectorias y hoy deciden hacerlo. En este marco, creo que la tensión va a estar, porque es propia de no saber aún qué hacer frente al escenario conmocionado. El diálogo tiene esas características: por un lado, se le pide al varón que se repiense y, al mismo tiempo, se le marcan determinados aspectos. Pero considero que esos espacios no deben perder la ligazón con los feminismos y con los movimientos de diversidad sexual.

Si bien estratégicamente algunos espacios han tendido a pensar los costos sobre el propio varón de la masculinidad hegemónica, cada vez más se están pensando las relaciones de poder. Pienso que hay que construir espacios que no necesariamente estén en escenarios públicos de reconocimiento. Volver a la consigna “lo personal es político” -que los varones no han transitado- e ir a los lugares de lo íntimo, de lo privado, donde todavía se siguen reproduciendo esos mandatos: para politizarlos y desarmarlos. Me parece que esto tiene potencia, porque son varones que vuelven a sus grupos de pares, y lo hacen con discusiones, con la incorporación de recursos que quizás no tenían (sólo tenían incomodidades). La incomodidad es motor de producción y de cambio, pero en el diálogo con otros varones, repensando esos mandatos, después pueden volver con muchas más herramientas a minar los lugares donde transitan cotidianamente.

¿Cómo administrar esa tensión?

Me parece que hay un tema fundamental para administrar esa tensión (que incluso puede ser despojante), que es animarse y decidirse a perder uno de los mandatos centrales vinculados a la identidad masculina más normativa: la pérdida del reconocimiento. Y así se puede administrar la tensión, aunque esto no sea sencillo. Tiene que ver con habitar las masculinidades a partir de otras formas e ir desarmando y despojándonos de herramientas que nos dieron para ocupar ciertas posiciones. Sin la necesidad de que la otra persona me esté aprobando (por ejemplo, diciendo “vas bien, sos el mejor aliado”) o desaprobando (que me esté corriendo porque me estoy transformando en un “pollera” o una “marica”).

Entonces, quizás es momento de entender que parte de desarmar los privilegios es vivir sin la necesidad de ese reconocimiento constante. Sin la ficha de afiliación a los feminismos y sin la afiliación a mi grupo de pares que sostiene ciertos privilegios. Se trata de perder el carnet, por eso son importantes estos grupos de varones, aun cuando sea despojante. Son lugares en donde se puede abordar esta situación de desamparo que genera la falta de reconocimiento.

Esto no es nuevo, los grupos de mujeres también surgen en el marco de pensar que estaban habitadas bajo relaciones de género y de poder. Tampoco es nueva la cuestión del ghetto, que siempre fue muy criticada. Pero construir ghetto es construir espacios de sostenimiento y de agenciamiento ante la situación que estabas atravesando, de vulneración, bajo relaciones de poder. El despojo viene por no querer seguir habitando ese lugar de privilegio. Y de esta forma, vas a empezar a formar parte de un grupo de personas que es vulnerado por otras personas. Se trata de poner en evidencia que la sociedad siempre construyó esas exclusiones, aunque quizás antes no eras parte y ni siquiera las registrabas. Es momento de registrar esas situaciones. En definitiva, construir esas dinámicas, estas herramientas, implica repensar todos estos pactos. Incluye cuestionar cómo nos pensamos, cómo seducimos, cómo pienso mi sexualidad, cómo habito mi cuerpo.

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